Distancia del baile ancestral y la chancla

Son, de toda América latina, Cuba y México los países que tradicionalmente mejor han cuidado y conservado su folclore. México en la vertiente indo-colombina y Cuba en la afrocaribeña. Y como suele suceder en espectáculos mosaico de este tipo, los números que aún se apegan con firmeza a la tradición, que se resisten a ser modernizados en exceso, siguen siendo los mejores, los que respiran más autenticidad y los que, aún en su meollo tradicional, responden a una justificación formal en lo antropológico y en lo estético. Una contaminación acústica con la electrónica o los arreglos modernos parece inevitable, aún sin tener demasiada lógica.

La primera parte goza del impacto de lo ancestral y en la segunda se echa en falta la presencia del criollismo genuino y su eje colonial, que aunque no está tocado de lo negro, sí es tan cubano como el resto. Micler ha centrado su oferta en el mestizaje, y ronda la idea de que, por fuerza, todo arte es mestizo y más en aquellos lares. Los bailes de esclavos, los ritos de adoración a las deidades del panteón yoruba, la recreación de los mitos atlánticos de la costa africana son lo mejor de la velada. Allí el despliegue no es simplemente acrobático, sino muy sensorial y con un sentido de tierra y de imposición muy sanguíneo. Detalles curiosos: los pololos de las mujeres son una tradición del siglo XVIII, de origen francés y que llegó desde Haití, lo mismo que el tricornio decorado con los colores mágicos de Eleguá.

En la segunda parte, tras altibajos de orden plástico más que de otra cosa, es el chachachá y el mambo una demostración de algo que hace mucho dejó de ser local y cuyas venalidades, su energía siguen contagiando al más frío de los espectadores. El final de carnaval es un fin de fiesta coral donde no falta la evocación de María La O (la isleña) y del baile de las chancletas, todo un clásico muchas veces llevado a la escena. Ese baile lleva en su estilo algo rudo y expeditivo que puede hasta chocar. Es sencillamente así, aunque pueda ser matizado de distinta manera por los intérpretes; en esa zona del folclor urbano se dan cita fenómenos sociológicos como la “guapería” y el críptico protocolo del macho local. Su pantomima describe esa voz.

El artista de la noche que más logra conmover es el guitarrista y cantante Alejandro Moreira Vázquez por su autenticidad, su sencillez y su manera de ser tradicional a la vez que atemporal. Y el público se animó a la conga final, subiendo a la escena y con mucha gente aplaudiendo en pie.