Decir sí es decir no
Los centros de arte, síntoma del ‘doble vínculo’ de los políticos ante el desmantelamiento cultural
Empieza a preocuparme seriamente el estado mental de nuestros políticos, y me refiero a los culturales para abreviar y hablar de lo que más transito como profesora. El contexto: el desmantelamiento del tejido cultural público. Están sin duda afectados por el “doble vínculo”: dicen que sí para decir no. No nos vamos a olvidar de la Mediateca, ni del Canòdrom, ni de Santa Mònica, ni de la Fabra & Coats de Sant Andreu…, y eso solo en Barcelona. Lo dicen aunque todos estos centros estén a medio gas y sin perspectivas claras tras, en algunos casos, una inversión pública de envergadura en los últimos años.
El mando político ha comprobado que decir no directamente tiene riesgos, la ciudadanía a veces planta cara. Es lo que ha sucedido con la sala de arte contemporáneo de Can Felipa, en el Poblenou. El regidor, Eduard Freixedes, ante la sólida oposición al cierre de vecinos y el tejido cultural del barrio, donde confluyen artistas y colectivos desde los Juegos Olímpicos, no ha tenido más remedio, este lunes, que dar un año más de vida a Can Felipa. Ya se ha hecho pública la convocatoria para los jóvenes artistas que serán seleccionados este año.
Algo es algo. Desde luego la lección es clara: para salvar lo que tenemos, hay que batallar por el diálogo. Diálogo al que apela el manifiesto “Ohé partisans. Salvem la cultura!”, que centros y gentes diversas han puesto en marcha, esperemos que haga mella.
¿Cuánto tiempo llevamos así? Demasiado. Las promesas incumplidas son práctica frecuente. Aceptarlo me parece un problema serio de educación política, lo mismo que cuando oigo que jóvenes educados en el sistema público se llevan, tras su entrada en el paro actual y su desconcierto extremo, las manos a la cabeza sosteniendo que hay que acabar con la enseñanza pública y su presupuesto que se come esto y lo otro.
Las promesas incumplidas son práctica frecuente. Aceptarlo me parece un problema serio de educación política
Puede que la responsabilidad mayor en esta destrucción radique en el puro egoísmo y el vacío cívico. Ante el desalojo del tejido cultural, más. Hay quien cree, entre los políticos, que la cultura de proximidad es la del casino de hace un siglo. Y sus caciques, cabe suponer.
Me debato por ello entre malestares, cuando mi combate mayor es por la esperanza. Pero resulta que ya somos mayores y la esperanza adulta no es un “buen” sentimiento, puro y honesto. Más bien es profundamente impuro, no nos engañemos, pleno de ambivalencias y conflictos. Contiene altas dosis de deseos negros, sin entrar en detalles, me limito a plantearlo. Si esto sigue así, la esperanza puede mostrar su cara más agredida, que la tiene, y mucho.
Decir sí para decir no, aturde. El “doble vínculo” conduce al mal rollo total. No es que confíe en la bondad de los extraños como la heroína del tranvía llamado deseo, sino que mi deseo es que en tiempos tan brutos como éstos los políticos se lo piensen dos veces antes de subirse al tranvía de las declaraciones irresponsables. Y no, vuelven al mismo tranvía y de nuevo esperan encontrar alguien tan lleno de prejuicios y temores sociales como Blanche DuBois que los tome por desconocidos y crea en su bondad.
En el Salón del Libro de París coincidí en marzo con el consejero Mascarell y el regidor Ciurana. Había publicado yo hacía poco, en estas mismas páginas, un artículo muy directo sobre el cierre de la Mediateca en CaixaForum, en el que apelaba a los dos políticos a impedirlo, manteniendo este archivo vivo en alguna otra institución. ¿Se imaginan el diálogo en París? Uno y otro me aseguraron que la Mediateca no se iba a perder, que dentro de nada iban a encontrar la solución, que sin duda tenía (tiene) que pasar por el Macba. Pasan las semanas y nada. El sí es un no. ¿Fue aquello un diálogo?
Parece que no, aunque dijeron que sí. De pequeña oía que solo los niños y los locos dicen las verdades. Ahora que ya soy mayor me pregunto si en verdad, querida abuelita, no será que los locos andan sueltos por ahí de tanto contradecir la verdad y que los niños creciditos que nos mandan se saltan todos los semáforos y se limitan a repetir lo que sus temores les aconsejan.
Otra lectura de la cosa es que el tranvía de nuestros políticos culturales tiene por deseo convertirnos a todos en blanches dubois, camino del loquero, incapaces de entender nada más, sin réplica.
Quien avisa no es traidor: un sí es ahora un no. Y a callar, ¡caramba!
Mercè Ibarz es escritora.
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