La lechera y la política de la oscuridad
Todo es muy fácil para quien se cree sus propios cuentos: liquidez, financiación, consulta soberanista, independencia...
Es un secreto a voces. Si hasta hace poco emprendíamos rumbo desconocido, ahora ya estamos camino de ninguna parte. La hoja de ruta se ha descompuesto. Quienes pretendían encabezar la marcha y conducirla a buen puerto se han quedado sin brújula y sin mapa, mientras pretenden disimular con la ficción de que todo sigue los planes previstos. La improvisación se ha impuesto en el día a día y la ocultación cuando no la tergiversación se han convertido en los instrumentos reconocidos de Gobierno. Así es como resultan los liderazgos compartidos, fruto del adelanto electoral y de la amarga victoria de Artur Mas, que le dejó a merced de Oriol Junqueras.
Creíamos que este Gobierno se dedicaba a hacer dos cosas a la vez, ambas contradictorias, como soplar y sorber; es decir, obtener mayores márgenes de déficit y liquidez del Gobierno central para salir de la parálisis actual y, a la vez, marchar decididamente hacia la consulta soberanista. Pero con la constitución del Consejo Asesor para la Transición Nacional nos damos cuenta de que ya son tres las cosas incompatibles entre sí que quiere hacer el Gobierno: soplar, sorber y comer. Procurar por el corto plazo de las arcas maltrechas, conseguir la consulta y apresurarse a adelantar faena, es decir, preparar desde ahora el Estado independiente.
Todo es fácil para quienes se creen su propio cuento de la lechera. Conseguir una amplia mayoría parlamentaria y social para conseguir una consulta, tal como se propugna en la declaración del Parlament del 13 de marzo, que obtuvo 104 votos sobre 125 con el apoyo del PSC, les parece compatible con tirar millas para preparar el Estado independiente tal como se le ha encargado al Consell de la Transició Nacional. Lo mismo sucede con la declaración de soberanía del 23 de enero, 85 votos a favor, con el PSC en contra, y que se sitúa en la campaña en favor de la independencia y no en la celebración de la consulta.
Para la lechera se trata de matices sin importancia. Es lo mismo que sucede con el diálogo entre Madrid y Barcelona. Lo hemos pedido desde el primer día, se defiende la lechera. Sí, pero con líneas rojas bien claras, para que nadie se engañe sobre la mala voluntad española, aclaran los socios de Esquerra. No son matices, mal le pese a la cándida lechera soberanista, sino que forman parte del incomprensible debate sobre el sexo de los ángeles a que se somete a la opinión catalana, acompañado de duchas turcas: hoy tendemos puentes, ahora se han roto y a las pocas horas volvemos a negociar, todo en la más absoluta penumbra informativa, sin explicaciones nítidas y con abundante ración retórica y sentimental.
El estado de emergencia, enunciado por el propio presidente, debería obligar a una tregua, al menos en la palabrería y en la gestualidad; sobre todo, para concentrar los esfuerzos en la salida del estado catatónico de las finanzas catalanas. Las declaraciones de Alicia Sánchez Camacho, aun sin llegar a la heroicidad de soñar en un voto diferenciado en Madrid sobre la fiscalidad catalana, dibujan el consenso social y político más amplio posible sobre la necesidad de un acuerdo fiscal este mismo 2013, cumpliendo el calendario legal de renegociación. Para la lechera soberanista esto es alta traición. Hay que seguir la hoja de ruta sin faltar ni a una sola cita, aunque al día siguiente cada gesto tartarinesco venga desmentido por los hechos y por las negociaciones en la penumbra.
Acaba de pasar por Barcelona Stéphane Dion, el político quebequés y canadiense que inventó la política de la claridad, al que no quieren escuchar ni unos ni otros porque apoya, de un lado el derecho a decidir, pero del otro argumenta con suficiente solvencia que la separación es una desgracia irreversible. Aquí, en Barcelona y en Madrid, se lleva la política de la confusión y de la oscuridad. Confusión entre las necesidades inmediatas y los objetivos a medio y a largo plazo, que lleva a la pirueta circense de hacer a la vez tres cosas incompatibles. Oscuridad en la argumentación y en la negociación, fruto del oscurantismo de unos y de la ceguera voluntaria de los de más allá. La lechera, mientras tanto, sigue soñando, antes de darse de bruces con el suelo.
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