“Lo de ahora es un derrumbe”
Jesús Cracio, investido en los ochenta como director teatral maldito, renace en el Centro Dramático Nacional mostrando el universo de la movida madrileña en el que creció profesional y artísticamente
“La movida ha muerto, desapareció. Lo que ahora tenemos es esta mierda, que nos venden como crisis; ¡mentira!, porque no es una crisis, es un derrumbe. Habría que decirlo claro y de una vez por todas. ¡Que no nos cuenten historias!, esto se ha caído, el modelo ha muerto, se ha derrumbado y nos está aplastando a todos”.
Lo tiene claro Jesús Cracio, uno de los creadores más activos de la llamada movida madrileña, reconvertido, una vez diluido ese movimiento, en uno de los directores malditos del teatro español. Recala hasta mañana en el CDN (Centro Dramático Nacional-Teatro Valle-Inclán) como responsable de la puesta en escena de La ceremonia de la confusión, obra de la joven María Velasco, que forma parte del ciclo Escritos en la escena, donde se propone un modelo de escritura dramática a pie de escenario.
Cracio, acostumbrado a hacer producciones propias, cuando le propusieron trabajar para el CDN, pensó: “¡Leñe, si dios aún existe!”. El tema, la movida madrileña, le atañe directamente: “Trabajé en Madrid me mata, fui uno de los directores (con Moncho Alpuente y Ángel Facio) de La reina del Nilo, donde actuaban Carmen Maura, Wyoming, Félix Rotaeta, Jaume Sisa y con la que se logró acabar con la movida, al menos escénicamente; iba todas las noches al Sol de Jardines, a la plaza del Dos de Mayo, a Los Arcos, al Elígeme, a la Manuela... Óscar Mariné, icono de la movida, era buen amigo…., cuando me propusieron este trabajo sólo podía decir que sí”.
Un vivero de dramaturgia en el CDN
La Ceremonia de la confusión, en cartel hasta mañana, es fruto del programa Escritos en la escena, una fórmula en la que se invita a autor, director y actores a dar forma a la obra con tiempo tasado. Serena Apocalipsis, de Verónica Fernández, es la siguiente apuesta.
Su malditismo le vino de cuna. Desde adolescente andaba entre palabras de Bukowski, Boris Vian, Baudelaire, los patafísicos… “Lo que me ha jodido es que en esta obra se dice que ‘a los malditos con carisma es insoportable aguantarlos en casa’, y yo soy un santo. Claro que en aquella época, solo por estar en desacuerdo ya se era maldito”. Pero solo logró revalidar su sello poniendo en pie obras como Los domingos matan más hombres que las bombas, Ejercicios de estilo, de Raymond Queneau… “Sé que no me gustan los ganadores y me atraen los perdedores”. Como los de la función que acaba de estrenar: “Sí, todos lo son, hasta el muerto”, dice con un humor negro muy propio de los de su casta, de los que como él vienen del teatro independiente, de trabajar en salas alternativas antes de que estas existieran. ¿Y ahora? “Vendrá el exilio”, dice no sólo refiriéndose a los tres años que acaba de pasar en Gijón, su ciudad natal, sino en los que piensa pasar en el futuro, según él, en la selva.
Antes va a volver a las salas alternativas: “De la mano de mi primo Bukowski; sé que el entorno que tenemos para sobrevivir las gentes del teatro es duro, pero siempre he bailado entre la marginalidad y la comercialidad, no siento gran presión, ya he vivido situaciones duras, raras…”, y añade, “aunque ahora ha llegado el derrumbe de modelo y se ha dejado a la gente joven sin futuro, y lo que es peor, sin presente, pero nosotros no se lo hemos robado, han sido esos que lo tienen todo y vez cada quieren más”, dice Cracio.
En contra de otra gente de su generación asegura que la movida existió. “Yo estuve allí, la vi, y antes de que llegara ya existía en las casas, donde nos reuníamos, fumábamos canutos y analizábamos el mundo desde una estética muy especial; salimos a la calle después de morir Franco”. ¿Y dónde se debate ahora? “En ningún lado, tampoco dentro del 15-M. La palabra ya no es aquella herramienta, ya no sirve lo de ‘nos queda la palabra’, de Blas de Otero, ya nadie escucha; el 15-M no son herederos de la movida, si lo fueran hubieran ido a cagar a los bancos, no los de los parques, sino los que guardan la pasta, como hicieron Bretón y los surrealistas. Se puede ser indignado desde el pacifismo, pero no creo que se deba”.
¿Y que les queda por hacer a él y sus pares? “Ser honestos, honrados, y que los jóvenes puedan mirar y mirarse en señores sesentones que han mostrado a lo largo de su vida una coherencia y una fidelidad a su pensamiento libre. Claro, que esto sólo pueden hacerlo con los que quedan vivos, y de hecho la función está dedicada a los que se quedaron en el camino”, concluye.
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