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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Valencia

Los destinos turísticos urbanos no se forjan sólo con impactos televisivos

En su visita previa a la semana de Fallas, la alcaldesa hizo un descubrimiento sorprendente. Cayó en la cuenta, por primera vez en 20 años, de que la Ciudad Fallera podría constituirse en un atractivo turístico indiscutible para los miles de visitantes que acuden todos los años a Valencia, una vez situada ésta en el mapa gracias al reclamo de los grandes eventos pretéritos. Nunca es tarde, si la dicha es buena, pero no parece que la política urbanística (ni ninguna otra) desarrollada por la municipalidad capitalina, a cuyo frente se encuentra Barberá, haya estado nunca al nivel de descubrimiento tan tardío.

Y es que en realidad, el proverbial desconocimiento del enorme potencial económico y tecnológico de los artistas falleros y de nuestra industria pirotécnica para emprender proyectos innovadores, sólo puede entenderse en una ciudad como ésta, mucho más atenta al lado efímero de las cosas que a la planificación racional del territorio y al uso productivo de sus propios recursos. El camino emprendido en los años 90 por el gran artista Manolo Martín, utilizando nuevos materiales y explorando productos alternativos en otros campos de la industria del ocio (el Gulliver, en el cauce del río, es un buen ejemplo de ello) nos mostró a todos que una verdadera Ciudad Fallera podría llegar a ser algo mucho más importante que un reclamo exótico para turistas de crucero.

Nunca he entendido esa enfermiza obsesión de los regidores municipales que nos gobiernan por situar a Valencia en el mapa a golpe de talonario. Una ciudad como ésta, que fue el centro del comercio, la artesanía y la cultura mediterránea ya en el siglo XV, que dispone de unos poblados marítimos de belleza inigualable, un puerto floreciente, un patrimonio arquitectónico de enorme valor, parajes naturales únicos en el planeta, como la Albufera y El Saler, el centro histórico más extenso de Europa, una extraordinaria tradición musical, y referentes artísticos como J. Sorolla, Blasco Ibáñez, el Equipo Crónica, Luis G. Berlanga o Javier Mariscal, entre muchos otros, no puede fundamentar su imagen en el mundo en la improbable popularidad proporcionada por cuatro eventos sobrevenidos (a la par que onerosos), totalmente ajenos a nuestra cultura y a nuestra memoria histórica.

Valencia es, en sí misma, un enorme evento permanente, lleno de atractivos genuinos y diversos, como lo es Florencia, en Italia, Amsterdam, en Holanda o Copenhague, en Dinamarca. Siempre y cuando, claro está, abandonáramos de una vez por todas ese pertinaz patriotismo pueblerino que tan orgullosos exhiben quienes dicen querer tanto a Valencia, y comenzáramos a trabajar todos juntos en ese gran proyecto de ciudad que tanto necesitan quienes aquí vivimos.

Los destinos turísticos urbanos no se forjan sólo con impactos televisivos y fuegos promocionales de artificio, sino con la inteligente puesta en valor de todo aquello que los convierten por razón de su historia en únicos. Y Valencia, a pesar de todo, sigue siendo única. Lástima que quienes la gobiernan todavía no lo sepan.

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