Tres generaciones de falleras en la Ofrena peinadas por las manos de Pepi
Las falleras de Guillem Sorolla-Recaredo se peinan y se visten juntas para ir al desfile El ritual de esta comisión se repite desde hace más de 15 años
Azahara (7 años) confía en el mimo con el que Pepi (64 años) le cepilla el pelo bajo la atenta mirada de su abuela Rosario (67 años). “Ayer me dijo que Pepi le peina mejor que yo porque no le da tirones”, decía Charo, la madre de la niña. A su alrededor, Jeanette (10 años) observa una escena que lleva repitiéndose más de 15 años. “Luego subirán a casa de Rosario, que es la que vive más cerca, porque allí se visten todas juntas”, dice la peluquera amateur tras abrir un gancho con los dientes. En tres horas estarán saliendo hacia la Ofrena.
Este año, cerca de 100.000 falleros y músicos desfilan en Valencia durante los dos días de la ofrenda de flores a la virgen de los Desamparados. Una procesión en la que 60.000 ramos de claveles rellenarán el catafalco de 13 metros de alto. Algunos de esos ramos los ha recogido Rosario, que ha tenido que levantarse a las 7 de la mañana para recibir el pedido que su falla, Guillem Sorolla-Recaredo, hizo a la floristería.
Pepi no se desconcentra. Está al mismo tiempo pendiente de que no se le queme el arròs amb fessols i naps que está cocinando para alimentar a los 42 falleros que componen la comisión antes del desfile. Una falla pequeña, en la que la familia es la estructura principal. "Tengo tres nietos y cuatro hijos, y todos están aquí. ¡Media falla es mía!”, decía entre risas. Y lo mismo pasa con Paqui, Rosario y Esperanza, tres de las cuatro matriarcas de la falla. Cuatro familias que siguen unidas a la comisión. Aunque estas mujeres dicen que hace años que no se visten para la ofrenda, aseguran que les sigue pareciendo uno de los momentos más importantes.
"Toma el cepillo, quítate la coleta y desenrédate el pelo", dice Paqui (60 años) a su nieta Jeanette, que corretea a su alrededor evitando el momento de los tirones. "Mi vestido es verde y azul", dice. "¡Y el mío también azul!", replica su amiga Azahara. Cajas llenas de peinetas, horquillas y pelo postizo, se mezclan en una mesa en la que es fácil confundir un aderezo con otro.
Moños cosidos, para las que tienen poco pelo, y trenzas para las que tienen fácil el peinado. Las dificultades de la crisis se capean mejor con la ayuda de Pepi. El ahorro ronda los 30 euros, lo que cuesta peinarse en una peluquería. "Si lo hago yo no pagan nada y lo tienen a mano... se hace lo que se puede", dice Pepi. Aunque le supone estar muchas horas de pie, confiesa que lo hace porque le gusta "la mala vida", aunque reconoce que ahora se cansa mucho más que antes.
Este año solo 30 de los 42 falleros desfilarán en la ofrenda. Una pequeña comisión del barrio del Pilar que soporta, mal que bien, los envites de la crisis. Mientras el bache pasa, Pepi seguirá peinando a sus falleras, sus hijas y sus nietas, para aportar su granito de arena. Tres generaciones de ofrenda entre sus manos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.