Un aluvión exasperante
"Llega a abrumar la cantidad de contertulios televisivos y radiofónicos que de todo saben y de todo hablan en comandita"
Llega a abrumar la cantidad de contertulios televisivos y radiofónicos que de todo saben y de todo hablan en comandita, y a los que supongo bien remunerados en su ardua tarea de orientarnos durante horas y horas sobre sus estupendas reflexiones acerca de lo que está ocurriendo. Ahí hay de todo, como en botica, y no siempre los presentadores o presentadoras tienen la presencia suficiente como para ahorrarnos las trifulcas a fin de que aquello no se convierta en una arremetida tabernaria. Entre unos que callan lo que saben, aunque no se cuidan de sugerirlo, y otros que parlotean de lo que no saben, esas amenas tertulias se convierten a menudo en una especie de guirigay a cuatro o más voces que no se sabe bien por dónde cogerlo. Lo único apreciable al modo positivo es que el fenómeno se parece mucho a esas tertulias de antaño en cafés de mucha enjundia en las que los asistentes eran más o menos aleatorios pero había unas normas no escritas sobre lo que era conveniente largar y sobre lo que no estaba de recibo hacerlo, así que se parecían bastante a los encuentros de vecinos sentados en sillas de enea a las puertas de sus casas que pasaban el tránsito de los calores de tarde hacia la noche charlando amigablemente de sus asuntos domésticos.
Lo peor es que ahora todo se trata bajo los focos como asunto doméstico, aunque muchos de estos contertulios tratan en vano de hacer creer a la audiencia de sofá y tente tieso que estamos ante una pléyade gloriosa de expertos en los más oscuros asuntos de Estado, de manera que no es infrecuente que los más vanidosos de ellos apelen a conversaciones con personajes políticos de alto nivel para reforzar sus esforzadas aseveraciones, por más que el espectador atento disponga de las claves para distinguir entre el farol y la verdad insinuada, y por más también que el contertulio solvente no acostumbre a hacer valer semejantes sugerencias. En general, no se habla en esas comparecencias de hechos ciertos sino de los que se supone que está ocurriendo más o menos entre bambalinas, de ahí que el que más imaginación le pone al asunto se alce como estrella de la fatigosa sesión. Una sesión en la que, por lo común, no hace acto presencial ninguna información de peso sino que todo se delega a opinar sobre las informaciones que sí lo tienen. Carentes de exclusivas, aunque no de feroces estímulos de opinión, además de la licencia oportuna para hacerlo, la cosa se convierte muchas veces en una especie de comadreo intelectivo a cuenta de cuál de los presentes sabe más sobre lo que está diciendo o lo que deja de decir, a sabiendas, o en la confianza, de que manejan información sensible. Las exclusivas, si las hay, se reservan casi siempre para el medio informativo en el que se gana la vida cada uno de los asistentes.
Hay excepciones en este panorama más desolador que otra cosa, tan parecido a un carrusel en el que una vez ves a unos en una cadena que al cabo de unos meses perorarán en otra insistiendo en lo de siempre pero con matices, sin contar las auténticas figuras del camaleonismo ilustrado.
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