Rituales y un agrio desnudo

La estética del abandono, la atmósfera tenebrista y un gusto por el baile trash (formalmente no esmerado en la terminación, solamente apuntado con desgano y recurriendo a un contacto físico que roza la sordidez), hace que este intenso dúo tenga un primer impacto.

El guion habla de una cierta inspiración en las vidas de un actor porno gay y un prostituto suicida: dos vidas desgraciadas y rotas, según se mire. Toda la acción sucede en un estrechísimo apartamento de Nueva York donde los rituales más descabellados se suceden, con diálogos no del todo felices y apretando la confesión hacia la catarsis.

No hay continuidad en la exposición ni una progresión justificada. Aquello sucede porque sí, con algo de despecho y mucho desparpajo.

Carlos A. Alonso aporta su histrión y Jorge Andrés su todavía potente físico. Una de cal y otra de arena para evocar la caída. La teoría expone que va sobre la identidad y sobre los rasgos más egoístas de una relación de dependencia, tan física como atormentada. El resultado es menos enjundioso y quiebra por el lado de la composición.

La obra Los que no soy yo volverá a la escena de DT en abril y mayo.