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El tango flamenco o el desgarro cantado

El Cigala conquista el Teatro Jofre de Ferrol en la única parada gallega de su gira mundial

La música también hace extraños compañeros de cama. Lejos de estar todo inventado, fusiones y reversiones dan resultados exquisitos. Aflamencar el tango sobre una base de jazz y sazonarlo con ritmos afrocubanos le valió ayer a El Cigala una de las salvas de aplausos más sonoras que recuerda el Teatro Jofre de Ferrol desde su remodelación.

Diego El Cigala o simplemente Diego Ramón Jiménez (Madrid, 1968) hizo escala en el teatro ferrolano en la única parada gallega de su gira mundial con Cigala&Tango (2010), el último disco que ha salido de su garganta y que le valió su quinto Grammy latino al mejor álbum de tango.

Dejó que sus tres músicos (piano, contrabajo y percusión) le templaran un poco el escenario antes de arrancarse con un recital de dos horas que fue de menos a más y en el que parecieron divertirse tanto ellos sobre la tablas como el público que abarrotaba el patio de butacas con el teatro prácticamente a oscuras, en modo cine.

El Cigala sonrío mucho y habló poco, apenas para contar que era su primera vez en Ferrol, y se regaló a través de su voz poniendo su personalísimo timbre a melodías tan míticas como El día que me quieras, La bien pagá o Dos gardenias sin perdonar la multipremiada Lágrimas negras, que le reclamaba el auditorio desde el principio.

Dejó que sus músicos se lucieran tanto como él mismo, particularmente el contrabajo asombroso del cubano Yelsy Heredia, se enjuagó la boca con agua y otras bebidas mientras vigilaba con el rabillo del ojo al niño pequeño -probablemente su hijo- que palmeó todo el concierto entre bastidores y se aupó al micrófono en el bis por bulerías.

Fundir las esencias flamenca y porteña de las dos orillas del Atlántico le dio tan buen resultado que la mitad del teatro se quedó sentada cuando se encendieron las luces. Los aplausos hicieron regresar al cantaor madrileño al escenario y también a una docena de espectadores que ya iban camino de la salida y volvieron a acomodarse en la butaca. Entre piropos y vítores, se escuchó la petición más extravagante para un artista flamenco: la muiñeira de Chantada.

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