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crítica | rock
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Iowa; capital, Woodstock

Radio Moscow ofrece en Madrid una inmersión lisérgica sin necesidad de que el oyente abandone la abstemia

Ah, los milagros del boca a boca en la era digital. Radio Moscow es un trío no muy conocido más allá de Iowa (entre el Mississippi y el Missouri, si quieren ahorrarse la visita a Google Maps), pero La Boite registró ayer un lleno apoteósico para descubrir las evoluciones de estos tres jóvenes melenudos, unos muchachos que habrían reventado los tímpanos del vecindario de no existir los garajes como refugio para rockeros indómitos. Cuánto se agradece la electricidad en tiempos de abulia: no había más que ver ese público que agitaba sus cabezas como si participara en un enfebrecido bautismo colectivo.

Los malotes se gastan unos horarios no ya laxos, sino golfos, así que hubo que aguardar hasta las 23.10 para conocer de cerca a Parker Griggs, bestia parda de la guitarra y el pedal ‘wah-wah’. La espera se hizo liviana gracias a la aportación del trío madrileño Bubble Bones. Pronuncian mucho peor el inglés y los solos tenían menos enjundia, pero su bajista aportó líneas bien interesantes. Y, en su caso, al menos nos ahorramos la consulta en Google.

La irrupción de Radio Moscow fue chirriante y furibunda. Los acoples, en este caso, forman parte del menú: son aceptados hasta cuando se producen en contra de su voluntad. Los tres presentan resplandecientes melenas a lo Woodstock y Griggs se procura una generosa dosis de reverberación en el micrófono. No es que se inspiren en los años sesenta, sino que se han quedado anclados en ellos. Como los exitosos Allah-Las. Aunque ninguno hubiera nacido, ni de lejos, por aquel entonces.

Llegaban con la vitola de estar apadrinados por Dan Auberbach, pero desde el primer tema, ‘I don’t need nobody’, resultó evidente que The Black Keys son, a su lado, tiernos corderitos. A Griggs no se le pasa por la imaginación construir un estribillo. Es caótico y oscuro, pero genuinamente salvaje. Una inmersión lisérgica sin necesidad de que el oyente abandone la abstemia.

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