Caja de Pandora con lazo
En 'Recuerdo', Carmen Werner prueba de que la madurez es un grado Solo un desajuste sentimental empaña la obra
Los bailarines se asoman al vacío, más al interior abisal que a un punto concreto. Carmen Werner consigue momentos de los más elegantes y depurados dentro de su refinada producción de los últimos tiempos, y aunque formalmente correctísima y sobria hasta la frialdad (ropa civil blanca y negra, luces geométricas como de hielo, sonido con transparencias ajustándose al movimiento), hay algo de soterrado malestar social (lo inconforme) en el tejido escénico. Los materiales no se acomodan unos a otros, sino que se superponen haciendo de lo vivencial —el recuerdo— la única posibilidad de expresión, el asa por donde coger el recipiente antes de volcar su contenido, ya sea para beberlo, ya para derramarlo.
El piano, que puede tener un poder sinfónico, penetra el espacio y da elocuencia a la idea de búsqueda. Es Recuerdo una obra con sus propios enigmas y rituales, donde el congelado de la acción como tránsito operativo en el fraseo modula las secuencias y las hace más líquidas. El relato, de haberlo, se organiza en secuencias que patentizan la circularidad de la búsqueda: la figura coral final.
Recuerdo
Coreografía: Carmen Werner. Música: Frederic Chopin, Loscil, Nils Frahm y Luis Martínez. Luces: Pedro Fresneda. Coproducción Provisional Danza con Shun Project (Japón). Sala Cuarta Pared. Hasta el 26 de enero.
Hay también un humor basculante de complicidades: la coreógrafa aparece de rojo sangre y porta una caja de regalo con un vistoso lazo rojo. Es un símbolo de lo que se mantiene secreto, lo que se oferta. Cuando se abra, estallará el milagro, guerrero o plácido, ordenado o caótico. ¿Quién sabe? Los recuerdos pueden traicionar. Werner regala un solo entonces de concentración y búsquedas armónicas, ella es prueba de que la madurez es un grado. La réplica la da el solo de Shintaro, que parte de una mímica de vasos comunicantes y él la eleva con su plasticidad.
También el rumoreo va y viene a compás, se vuelve interdicción. Pero hay un problema. Un asunto sentimental empaña la obra. Mientras la propia Werner, Shintaro Hirahara, Yasushi Shoji y Aya Yakushiji ofrecen un apreciable nivel técnico en su baile, su compañero de faenas escénicas Alejandro Morata no alcanza ni de lejos ese estándar. Y eso que esta vez lo tiene más controlado y no habla.
La escenificación discurre con filos y agudeza, como si fueran hacia un despertar no deseado, lo mismo que los personajes del Cimbelino de Shakespeare, que usan como bisagra con la realidad los objetos de sus sueños (un libro, una pluma, una espada). En Recuerdo son un peluche, una cámara de fotos, una primorosa caja con lazo rojo.
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