PSOE
El problema del partido es que ya nadie le escucha, diga lo que diga, y plantee lo que plantee
Durante mucho tiempo, demasiados comentaristas han insistido en que el principal problema del PSOE es la falta de una alternativa de política económica solvente, o en su defecto, la escasa credibilidad de cualquier política económica que éste plantee, a causa de los pobres antecedentes que atesora en la materia desde la época ZP. Yo, por el contrario, siempre he mantenido, y a las pruebas escritas me remito, que el principal problema del PSOE es que ya nadie le escucha, diga lo que diga, y plantee lo que plantee. Envuelto en ese magma sociológico en que se halla la opinión pública, concretada en frases como “todos los políticos son iguales”, “los partidos van a lo suyo”, o “la corrupción es cosa de todos”, sus dirigentes no han sabido (o no han querido) entender a tiempo que era necesario abrir un nuevo periodo de autocrítica profunda y de propuestas sinceras y efectivas para hacer que esta democracia convaleciente y al borde del colapso institucional, fuera lo que nunca debió de dejar de ser desde los tiempos de Adolfo Suárez, único periodo de democracia real que recuerdo.
Lo crean o no sus actuales responsables, el PSOE es en gran parte, por acción u omisión, responsable del lamentable estado cosas en que nos encontramos, lo que todavía resulta más sorprendente, cuando es, precisamente él, quien va a ser, sin duda, el principal perjudicado de la catarsis que se avecina (lo quieran o no los dos grandes partidos mayoritarios). Y lo es, porque ha desaprovechado una buena parte de los largos periodos en que ha gobernado (y en el que ha habido avances muy positivos en diversos campos) para fortalecer las instituciones democráticas, erradicar la corrupción, obligar a la transparencia en las administraciones públicas, abrir los partidos y las listas electorales, garantizar la independencia real de la justicia, eliminar senados y diputaciones, impedir constitucionalmente la manipulación de los medios públicos, acabar con la pantomima de las comisiones de investigación parlamentarias, dotar de recursos y de objetivos a corto plazo a los tribunales de cuentas, o sacar de una puñetera vez a la Fiscalía General del Estado de la custodia del Gobierno de turno. Y sobre todo, para garantizar que el sector público funcione de manera eficiente y equitativa, demostrando así a los ciudadanos que sus impuestos no son aportaciones obligatorias a la supervivencia de una casta privilegiada que hacen de su dinero un sayo, sino su contribución solidaria al bienestar colectivo.
Su incapacidad para comprender que la fortaleza de la socialdemocracia depende, de manera incontestable, de todo ello, y en consecuencia, su incapacidad para liderar el proceso de cambio radical que el País necesita, es lo que explica ahora su falta de credibilidad ante los ciudadanos y el desánimo de sus militantes. Me temo que ahora, cuando el ruido de los tambores de la regeneración democrática, ya ha llegado hasta la derecha más conservadora, va a ser demasiado tarde para enmendar el errático camino recorrido. Fue bonito mientras duró.
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