“La historia de amor con los megaproyectos ha acabado en miseria”
El filósofo y director del Instituto por la Democracia y los derechos Humanos reflexiona sobre las obras faraónicas y "la democracia monitorizada"
El destacado filósofo australiano John Keane, director del recién creado Institute for Democracy and Human Right (IDHR) y uno de los grandes teóricos sobre democracia y sociedad civil, ha visitado Castellón -invitado por el departamento de Filosofía y Sociología de la Jaime I-, y abordado las consecuencias que para la población ha tenido la fiebre política por los proyectos faraónicos. Él los llama "megaproyectos" y habla de grandes túneles, redes ferroviarias de alta velocidad, aeropuertos, etc. cuya construcción “ha transformado las vidas de millones de personas” y provocado “catástrofes” como el derrumbe de Bankia, además de enriquecer a unos pocos.
Pregunta. ¿Qué consecuencias han tenido estos megaproyectos en la Comunidad Valenciana?
Respuesta. El impacto de proyectos como el Palau de Les Arts Reina Sofía, la Ciudad de las Artes y las Ciencias, y el elefante blanco que es el aeropuerto de Castellón es un claro ejemplo de lo que ocurre en esta época de los megaproyectos. Muchos hacen nuestra vida más fácil. Pero otros no generan beneficios locales y pasan a engrosar las fortunas de sus diseñadores, propietarios, directores y accionistas. Como sabe el señor (Santiago) Calatrava, los megaproyectos hacen megarricas a algunas personas. Pero también pueden salir mal.
P. ¿Qué puede pasar?
R. Si no están bajo controles públicos estrictos suelen tener efectos dañinos. El amor de España con los megaproyectos ha dejado al país con una estimación de cien mil millones de euros de deuda tóxica. Y cuando se ponen en marcha se dan problemas o accidentes. Desde sucesos como Fukushima hasta el derrumbe de Lehman Brothers y Bankia.
P. ¿Ve signos del fracaso de los megaproyectos en la Comunidad Valenciana y en España?
R. Los vínculos entre bastidores, las conexiones mal reguladas entre patrones y clientes fraguadas entre las cajas, la industria de la construcción y sus grandes presupuestos de los gobiernos regionales han tenido efectos desgarradores. La historia de amor ha acabado en miseria. El gobierno valenciano, el más endeudado proporcionalmente de España, está en quiebra. La región está plagada de ciudades fantasma, proyectos sin terminar y un aeropuerto sin aviones ni pasajeros. Es comprensible la gran desafección entre los ciudadanos en todo el país.
P. ¿Cuál es el efecto nocivo de estas obras faraónicas para la democracia?
R. No es solo que el derrumbe de vuestro sistema bancario y la actual política de austeridad forzosa está perjudicando la vida de millones de personas. Hay algo más siniestro: los megaproyectos se parecen a tumores de poder arbitrario que están dentro del cuerpo político de la democracia. Desafían el ritmo de las elecciones. Los detalles de diseño, financiación, construcción… se deciden desde arriba. Si no son objeto de una estricta e independiente monitorización pública, los megaproyectos acaban con los procesos democráticos.
P. En Valencia tenemos ejemplos de corrupción. ¿Son consecuencia de la falta de monitorización?
R. Sí. La corrupción es viral. Es cierto que los megaproyectos fracasan a menudo por una variedad de factores como un error humano, pero su gran tamaño y la complejidad crean problemas mayores. Hay evidencias sustanciales que sostienen (el sociólogo danés Bent Flyvbjerg ha realizado una investigación pionera) que la causa de la corrupción en estos megaproyectos es el rechazo a un minucioso examen público interno y externo. En el 90% de los casos de un megaproyecto fallido, la causa principal es la privatización del poder. Los responsables de estas operaciones sostienen, erróneamente, que sus megaorganizaciones pueden ser gobernadas en silencio. Y hay algo paradójico sobre este silencio. Este se produce generalmente a través de intensivas campañas de relaciones públicas que tienen el efecto de apartar al megaproyecto del riguroso examen público. Se dicen muchas cosas positivas que a menudo son falsas. Los periodistas juegan un papel en todo esto y llegan a convertirse en observadores y animadores cautivos de los proyectos.
P. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos?
R. Hay una crisis de la democracia parlamentaria en España y es deber de los ciudadanos prestar atención a los asuntos de locos, la corrupción y la injusticia, deben hablar claro siempre y donde sea necesario.
P. ¿Cómo describiría el estado actual de la democracia española?
R. España está ante una encrucijada. Sus ciudadanos y representantes se enfrentan a una elección fundamental. Pueden seguir la senda a ninguna parte, hacia una democracia fantasma, malhumorada y altamente desigual en la que las instituciones políticas son objeto de desconfianza y desafección por parte de los ciudadanos. O puede abrazar una sociedad más justa, protegida por una enérgica forma de democracia monitorizada. Es decir, un nuevo tipo de democracia en la que no solo hay elecciones libres y justas, sino en la que ciudadanos y representantes practiquen el arte de criticar el poder arbitrario allí donde exista. Los silencios públicos se tendrán que romper.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.