Prácticas para el exterminio
"La lista de tanto agravio ya ha quedado grabada en nuestra piel y nos ha marcado en el rostro una mueca de miedo y rabia"
Un balance del año que se marcha puede acabar resultando un ejercicio claramente masoquista para la mayoría de los españoles y no tiene mucho sentido lacerarse aún más con otro resumen. Tan constantes y abrumadoras han resultado las agresiones sufridas que las noticias diarias que nos atrapan en el tiempo casi nos arrastran a hacer un somero inventario para recordar el empobrecimiento progresivo de los ciudadanos, la pérdida de derechos individuales y colectivos, el permanente desprecio por parte del poder, la infelicidad crónica que azota a millones de ciudadanos y hasta las muertes derivadas de todo ello. La lista de tanto agravio ya ha quedado grabada en nuestra piel y nos ha marcado en el rostro una mueca de miedo y rabia que, inscrita en nuestro ADN, se extiende e infecta a los más jóvenes, principales víctimas del atropello político actual.
Si tiene sentido, sin embargo, aplicarnos en explicar – quizá en repetir- las razones del cúmulo de causas (crisis, burbujas, triunfo del poder económico sobre la política, revolución neo-liberal, fracaso y descrédito de la UE, otrora anhelada utopía…), de esta incesante tormenta perfecta que nos ha golpeado, así como intentar prever su próximo capítulo.
Persiguiendo explicaciones y motivos económicos, buscamos afanosamente parangones en la historia dirigiendo nuestra mirada a las causas, los mecanismos y la duración de otras crisis económicas similares del pasado siglo XX, siguiendo con “cierta devoción” las recetas keynesianas que cada domingo nos regalaba Paul Krugman.
Sin embargo, no solo era la economía donde debíamos escrutar, era en la ideología ejecutora de tamaño desmán. Y con no poco estupor venimos constatando que es en dictaduras como la de Franco donde habría que fijar la atención, las que fueron capaces, en tan breve lapso de tiempo, de desarrollar políticas semejantes a las que ha aplicado y aplica el gobierno del partido popular. Éste, espoleado por la derecha europea, ha conseguido añadir a sus conquistas el debilitamiento radical de nuestra democracia hasta vaciarla de contenido.
Como se ha repetido ya hasta el hartazgo, el Partido Popular, tras perpetrar su enorme fraude a los electores en las últimas elecciones generales, con la coartada de la crisis se ha dedicado a cultivar la estrategia de aquello que en la táctica militar se denomina la explotación del éxito. Así, en su fanatismo e irresponsabilidad -Audaces fortuna iuvat-, una vez ganada la batalla se apresuraron a no dejar títere con cabeza tan solo en un año, asegurando su poder por medio de la inyección de miedo al paro, al vacío, inflingido en el ya exangüe cuerpo social para lograr, finalmente, el agotamiento de la ciudadanía; algo así como aquella máquina de ejecución de La colonia penitenciaria de Kafka, que grababa con cuchillas en el cuerpo del condenado el delito cometido. Pero esta vez la máquina ejecutora escribía en el cuerpo social “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Las responsabilidades sobrantes han ido a parar, automáticamente, al gobierno anterior o a las directrices y exigencias europeas, acatadas, por otra parte, disciplinada y complacientemente, con fidelidad perruna.
Algo de masoquismo puede acabar anidando en los españoles, en todos nosotros, víctimas de esa guerra. El sadomasoquismo, como diagnostica Giorgio Agamben, es un sistema bipolar donde una pasibilidad infinita – el masoquista - encuentra una impasibilidad igualmente infinita (el sádico).
Tras esa perversa operación, con una alocada pero implacable estrategia, el gobierno popular ha impuesto medidas tan injustas y crueles como ineficaces hasta hundirnos algo más en ese foso. De esta manera podía procederse, y así se está haciendo, a la justificación del creciente expolio colectivo. Por una parte, de los derechos, mediante los decretos en materia laboral y de justicia y, por otra, de aquello que constituía el patrimonio de los ciudadanos, mediante los recortes y privatizaciones en todos los ámbitos: el de la salud, la educación, la administración, las pensiones, la cultura, en definitiva, todo aquello susceptible de ser llamado servicio público.
El literal saqueo de cuanto tiene algún valor, no lo olvidemos, es una deleznable práctica que se produce tras las guerras y catástrofes. Pero queda todavía un efecto, nada colateral, con el que este gobierno que dirige Mariano Rajoy y sus adláteres de las comunidades autónomas del partido popular debe temer: más allá de la destrucción de la moral de un pueblo, están físicamente presentes los seis millones de parados a la fuerza. Ese abrumador stock demográfico, ese deshecho social que va a lastrar cualquier recuperación futura y del que ya no se habla demasiado, no sabemos si por vergüenza o por descaro, constituye una pesada carga que no se diluirá por goteo, ni con movimientos migratorios.
Es muy probable que en algunos de los think tanks neoliberales que nutren la cabeza de la derecha se les haya ocurrido cualquier brutalidad como remedio. Si no, siempre les quedará el ¡¡que se jodan!!
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