Sueños aéreos con Dorothy
Viendo la propuesta de Ananda Dansa con un teatro se entiende su premio Max
Llevada al terreno del teatro musical, del cine (donde quedó marcada para siempre por Judy Garland) y del ballet en numerosas ocasiones, la pieza El mago de Oz no por trillada es fácil, y requiere un dibujo muy preciso de todas esas metáforas de superación y búsqueda que están ya en el original. Es muy evidente que los hermanos Valls han estudiado a fondo al obra literaria de Frank Baum, sabiendo extraerle, sin traicionarlo, una serie de escenas clave que son a fin de cuentas, las que todos recordamos de El mago de Oz, y donde no pueden faltar, entre otros entrañables, el Hada, el Mago, el Espantapájaros y el Hombre de Hojalata, este último carácter, el menos dibujado gráficamente y donde se ve una idea de traje menos conseguida. En el resto, todo funciona con imaginación y apreciable calidad.
Viendo la propuesta de Ananda Dansa en El Escorial, con un teatro repleto de niños entusiasmados y ensimismados (que se portan de maravilla, aplauden y corean), se entiende no solo el premio Max obtenido, sino el éxito continuado de la obra y que se mantenga en cartel, al punto de ser hoy, sin dudas, el emblema de esta compañía. Es un montaje maduro y depurado, de objetivos muy claros y lectura de aproximación a varios segmentos de público; en algunos aspectos alecciona sobre cómo enfrentar, con recursos nada sobrados, un montaje decoroso.
EL MAGO DE OZ
Compañía Ananda Dansa. Coreografía: Rosángeles Valls y Toni Aparisi; música: Pep Llopis; escenografía: Edison Valls; vestuario: Joan Miguel Reig; luces: Victor Antón. Auditorio de San Lorenzo de El Escorial. 3 de enero.
La coreografía, sin grades pretensiones, cumple un cometido principal: es comunicativa y permite a los más pequeños seguir la acción con claridad, no a través de una pantomima realista, sino a base de juegos imaginativos y de la pericia de los siete intérpretes, que se emplean a fondo y que muestran sus habilidades como acróbatas en las muchas escenas de riesgo, donde son suspendidos por cuerdas y literalmente vuelan.
La idea de la ambientación, a la que le faltan con toda evidencia unos telones de fondo que guarnezcan tan buen contenido, va del ambiente realista de la habitación de Dorothy al sector onírico, más ampuloso y lleno de sombras sugerentes donde la luz moldea el horizonte y las telas ondeantes sugieren el viaje interior. El miedo ha sido sustituido por la aventura, lo aterrador por lo tierno.
La música de Pep Llopis, apoyándose como ya es tradicional en él, en su trabajo de teclado, empieza desde una obertura misteriosa y envolvente hasta un desternillante mambo que se repite para goce del auditorio al final. Es música para danza en toda regla, ideada para seguir una trayectoria argumental con sus escenas bien diferenciadas, tanto, que gran parte del mérito está en lo que se oye y cómo ha sido usufructuado por los coreógrafos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.