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“Este año no habrá Reyes”

La pobreza infantil alcanza ya al 26,4% de los menores de 16 años

Pepita Méndez, junto a su hijo Joan, en su domicilio de Cornellà del Llobregat.
Pepita Méndez, junto a su hijo Joan, en su domicilio de Cornellà del Llobregat.I. VALLESPÍN

Joan, de seis años, repasa la lista que ha hecho con atención y todo el cariño a los Reyes Magos. La magia y la inocencia infantil no saben de crisis ni de penurias y ha pedido una consola. Pero este año no podrá ser, ni este ni ningún regalo. Su madre, Pepita Méndez, hace dos meses está sin trabajo y sobrevive con 500 euros mensuales de la renta mínima de inserción, además con la asignación que le pasa su marido, cuando puede, para la manutención de los dos hijos que conviven con ella en Cornellà del Llobregat. “Les he tenido que decir a los niños que este año no habrá Reyes”, se lamenta apesadumbrada.

El enquistamiento de una crisis que hace ya cinco años que dura está haciendo estragos y se ceba especialmente con aquellos sectores en los que abundaban los contratos precarios. Y la infancia es la principal víctima de todo este tsunami financiero. Las estadísticas así lo revelan. Según los últimos actualizados del Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), correspondientes a 2011, la pobreza infantil alcanza ya a uno de cada cuatro menores, concretamente al 26,4%. En cifras reales, significa que 176.500 menores de 16 años que viven en situación de penuria. Esto supone un incremento de 21.000 niños pobres respecto al año anterior, cuando el índice era del 23,7%.

Esta situación se explica básicamente por la disminución de los ingresos de las familias. Según el Idescat, durante 2011 entraban en los hogares unos 26.418 euros de media, un 5,4% menos que en 2010. Pero lo más alarmante es el incremento del 9% de las familias que no consiguen ingresar más de 14.000 euros anuales. Esta precariedad alcanza ya a uno de cada cuatro (24%) domicilios.

Detrás de estas cifras se encuentran familias como la de Pepita Méndez, que hace una década llegó desde Ecuador. Desde entonces consiguió sortear las penurias con trabajos en el sector de la hostelería. Entonces, recuerda, podía pagar sin problemas el piso, aunque sin permitirse caprichos, “comíamos bien e incluso podía comprarle un par de zapatos a mi hijo”. Hace dos meses la suerte se le acabó y se quedó sin trabajo. Los números no le cuadran: de los 500 euros que ingresa, 475 se le van en el alquiler. La ayuda que le da su marido la destina a la comida de los hijos. Y no hay para más. Pepita reconoce que ha tenido que dejar de pagar las facturas de la luz y el gas.

Esta madre, que cada mañana se recorre sin suerte los polígonos currículo en mano, trampea como puede las adversidades: con los 50 euros que le dieron en su cumpleaños hace unos días compró a su hijo unos zapatos y un pantalón. Pepita recibe como agua bendita la beca comedor de Joan. “Al menos sé que una vez al día come bien, yo puedo sobrevivir con un bocadillo o un trozo de pan”, comenta. Hasta ahora había evitado recurrir a la ayuda de los bancos de alimentos porque pensaba que había familias en peor situación que ella, pero su situación ahora es tan insostenible que recurrirá a alguna de estas asociaciones. Si sigue así, en verano se plantea volver a su país, aunque ello tampoco le convence. “En Ecuador no tengo nada, sería empezar de nuevo otra vez”.

Las entidades sociales hace tiempo que alertan de las consecuencias de someter a los menores a estas situaciones de penurias. Sonia Martínez, directora Fedaia —Federación de Entidades de Atención a la Infancia y la Adolescencia—, abunda que los niños no solo se ven afectados a nivel de salud, especialmente psicológico, sino también de relaciones sociales, ya que se pueden sentir inferiores respecto a sus compañeros, por las marcas que visten. “A esto se añade el estrés que pueden sufrir por el mal ambiente o las discusiones que vivan en casa”, añade Martínez.

Tampoco ayuda el hecho de que muchas familias se vean obligadas a vivir en una habitación —Pepita lo hacía hasta hace un año— y compartir piso con otras familias. “No se pueden desarrollar como personas, no pueden jugar ni aprender en condiciones, y ello puede promover el fracaso escolar y afectar en las oportunidades que tengan en el futuro, impedir que consigan un buen trabajo y salir así del círculo de la pobreza”, subraya Martínez.

Para romper este círculo vicioso, las entidades sociales, como Cáritas o la Mesa del Tercer Sector, piden una “acción inmediata” y más recursos para luchar contra la pobreza. Algo que se atisba como imposible, ya que el nuevo gobierno catalán ya ha avisado que previsiblemente no habrá más dinero para el sector social.

Estadísticas confusas

¿Cuántas personas pobres hay actualmente en Cataluña? Es una pregunta difícil de responder, ya que diferentes estudios difieren en las cifras. Según el Idescat, la tasa de riesgo de pobreza durante 2011 era del 19,1%, un porcentaje que la Encuesta de Condiciones de Vida y Hábitos de la Población 2011 de la Diputación de Barcelona elevaba al 29,5% de la población. Todo depende de donde se ponga el listón de los ingresos mínimos por debajo de los cuales se considera que una familia vive en situación de pobreza.

El problema es que este umbral puede cambiar de un año a otro, cosa que provoca situaciones paradójicas como que en los últimos datos del Idescat, el índice de penuria haya descendido del 19,9% del año 2010 al 19,1% del pasado año.

El organismo estadístico lo justifica aduciendo que en 2011 se fijó el umbral de ingresos en 8.176 euros netos anuales por persona, un 6,2% menos que el años anterior. Marta Masàs, jefa del área de estadística social del Idescat explica que el umbral de pobreza se cuantifica calculando el 60% de la media de ingresos de la población. De esta manera, como las ganancias han bajado de forma generalizada, este umbral también lo hace automáticamente.

Masàs reconoce que esta “clásica” tasa de pobreza funciona en situaciones de estabilidad económica, pero no es tan fiable en épocas de crisis. “Se trata de una medida relativa, así que no es extraño encontrarse con esta paradoja”, añade la experta.

Por este motivo, el Idescat ha incorporado este año por primera vez la tasa Arope, que evalúa el riesgo de pobreza, no solo teniendo en cuenta los ingresos, sino también otros factores, como los miembros de la familia que están en paro o los bienes materiales de los que dispone la familia o el tipo de alimentación que se puede permitir (cuántas veces a la semana comen carne, si tienen televisor o si van de vacaciones, entre otros elementos). “Nos ofrece una visión más poliédrica y completa de lo que es la pobreza”, reconoce Masàs.

Con este nuevo baremo, las cifras toman otro color y reflejan un panorama mucho más gris. La tasa Arope, homologada a nivel europeo, dispara hasta el 25,5% la población catalana en riesgo de pobreza. Ello supone un destacado incremento respecto al año anterior, que fue del 24,3%.

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