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En las sendas de la creación

El coreógrafo, maestro y bailarín Cesc Gelabert da una clase magistral organizada por la SGAE

El coreógrafo Cesc Gelabert, durante la clase magistral.
El coreógrafo Cesc Gelabert, durante la clase magistral.CRISTÓBAL MANUEL

El coreógrafo, maestro y bailarín Cesc Gelabert (Barcelona, 1953), la figura en activo más importante de la danza contemporánea española, ha pasado fugazmente por Madrid en una gira pedagógica organizada por la Sociedad General de Autores. Antes estuvo en Valencia, y aún le quedan este mes Barcelona y Bilbao. Ayer, impartió una clase magistral de creación coreográfica en el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila a 15 inquietos jóvenes artistas madrileños (algunos se exhibirán hoy en Matadero).

Gelabert, respondiendo acaso a su estricta y cartesiana formación como arquitecto, es un hombre ordenado y minucioso que va al detalle. La sesión, de cuatro largas horas, comienza con una exposición teórica que pone los puntos sobre los pasos a dar, y propone vivirlos como una intensa aventura en la creación: “Se necesita a un bailarín comprometido; yo siempre digo que hay que comprometerse a fondo con lo que se baila. Nunca un bailarín, por maravilloso que sea, debe sentirse mejor que la coreografía”. Constantemente llama a la parte consciente del bagaje cultural: “Concibo la coreografía como un acto de cultura, pues esto es lo que es. Además, coreografía e interpretación son indisolubles, un sueño compartido en estado de vigilia”.

Aún en activo con sus prodigiosos y prismáticos solos, Gelabert allana el camino: “Dedico más espacio ahora a compartir, que no complacer al público”. Y tiene tiempo para recordar: “Cuando estaba haciendo la mili, escribí un libraco de 200 páginas sobre qué es la danza (que por suerte no he publicado). Creo en la experiencia acumulativa, en los pactos secretos e intangibles entre artista y coreografía”. Luego Gelabert da paso a su particular humor, pero en serio: “Siempre digo que la coreografía puede ser como una receta de cocina, la de la paella, por ejemplo: si se hace bien, si se siguen los pasos, se llega satisfactoriamente al plato”.

Gelabert y su compañía acaban de regresar de Milán, donde han sido los invitados centrales del Festival Milano Oltre. Allí han presentado Belmonte, una obra que ha demostrado no envejecer y habla de la vida del mítico torero. Ahora el tema de los toros sigue generando una polémica que se antoja infinita: “Con respecto a los toros, mi postura es ambivalente. Me gusta como el excepcional patrimonio cultural que es, su calidad y su fuerza, pero por otro lado, mi sensibilidad se impone. Recuerdo a mi abuela matando pollos o conejos que criaba en casa. Me he hecho budista y, por principio, me preocupa el trato que se da a todos los animales. No entro en otras apreciaciones, pero he dejado de ir a los toros”.

Con respecto al arte coreográfico, sus conclusiones son aplastantemente realistas y llaman a la reflexión: “Una buena coreografía es la que permite una buena interpretación. Así es como debemos mirarnos”. Y respecto a la indiferencia de las instituciones para con los apoyos a la danza, es claro: “Tienen que adaptarse a las necesidades de los creadores, y no al contrario”.

Y al final se habla de ese acto diario, inevitable y sagrado que es la clase de ballet: “En otras épocas mejores, viajábamos con un maestro; ahora cojo a un par de los más veteranos de la compañía y ellos dan una barra de calentamiento al resto. A mí me gusta que en la semana se hagan dos días de ballet y dos días de contemporáneo. Y acaso uno o dos días también de otras técnicas”.

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