“Seguir vivo, en mi caso, es un éxito”
Tras años de abandono, en 2012 Mark Lanegan acepta su grandeza. Su último disco es unánimemente alabado. Y eso le hace, incluso, sonreír
“No me gusta hablar de mi música. De hecho, creo que no me gusta hablar de música. Te diría incluso que no soy muy fan de hablar, en general. Me enamoré del rock en mi adolescencia porque solo me pedía escuchar”. Con el paso de los años, Mark Lanegan (Ellensburg, Washington, 1964), como se puede comprobar en su primera respuesta a esta entrevista telefónica, ha perfeccionado el arte de tratar con la prensa.
Con fama de arisco, elusivo y con querencia al desplante y al monosílabo, el ex líder de Screaming Trees, banda con la que acarició el éxito a principios de los noventa en plena fiebre grunge, afirma estar logrando al fin separar el personaje de la persona. Y, sobre todo, el colaborador —ha trabajado con Greg Dulli, Isobel Campbell, Queens of the Stone Age o James Lavelle— del protagonista. Ya no es la dama de honor borracha, sino la novia radiante. “Hombre, radiante no me he sentido jamás, pero es cierto que, por primera vez en mucho tiempo, me encontré sin nada que hacer y, en vez de esperar que alguien me llamara, actué yo. Tengo 48 años y, bueno, muchos de mis amigos ya están muertos. Cada vez es menos la gente que te puede llamar para hacer algo. Yo sigo vivo. Es un éxito, si le echas un vistazo a mi biografía”.
Sobrio y exultante gracias al gran recibimiento que ha tenido Blues Funeral, álbum editado a principios de año y su primera referencia propia en ocho años, Lanegan se ha pasado gran parte de 2012 recibiendo elogios y actuando por todo el mundo. Esta noche lo hará en la Nave 16 de Matadero, en el marco del festival Primavera Club.
Tras pasarse casi dos décadas aceptando su mortalidad a diario, consumiendo estupefacientes de forma compulsiva y alimentando una paranoia que, durante un tiempo, le hizo llegar a creer que cualquier periodista que se acercaba a él era un policía de incógnito, Lanegan afirma que este 2012 le ha servido para empezar a aceptar su grandeza. “Todo los artistas son suficientemente vanidosos como para creer que su último disco es el mejor. He escuchado discursos de músicos que parecen presentaciones de Steve Jobs. Quieren venderte algo y convencerte de que son importantes. Los músicos no somos importantes. Yo jamás me lo he creído. Eso sí, esta vez, y a raíz de que todo el mundo con el que hablara me confirmaba lo que yo sospechaba, puedo atreverme a decir que este es mi disco más logrado”.
El álbum, que ofrece una panorámica sobre la carrera del músico, abarcando su tanto su faceta de crooner crepuscular como las de rasposo roquero o bluesman metalúrgico, incluye incluso una excursión en la electrónica. Si Ode to disco fuera un tema de Depeche Mode, estaríamos celebrando el retorno de la mejor versión de los de Basildon. Al escuchar esto, Lanegan ríe. Y eso es casi un titular. “Lo más importante en esto de la música es no perder la curiosidad. Cuando estaba escribiendo ese tema, la gente me preguntaba en qué andaba y yo les decía que estaba aprendiendo a hacer funcionar unos sintetizadores que tenía en casa. Pensaban que me había vuelto loco”.
Curiosamente, en 2005, cuando el hombre alcanzó el límite de sus adicciones y consideró seriamente abandonar la música antes de que la vida le dejara a él, recuerda el autor de Bubblegum que nadie se preocupó demasiado. Era el Mark de siempre. Jodido. Saldría de esa, como antes había logrado salir de todas. “En cambio”, vuelve a partirse de risa, “me ven sorbiendo café y tocando un teclado y creen que es el fin. Siempre he pensado que debía haberme quedado tocando la batería. Es la forma de que nadie jamás se preocupe por ti”.
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