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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tienen un morro que se lo pisan

"Los manifestantes, callejeros o no, saben lo que les espera de sus fuerzas de seguridad: ensalada de hostias y tentetieso"

Vaya, vaya. Así que Rafael Blasco no solo intercambiaba cromos frente a la Casa de los Caramelos sino que ahora, dando un paso de gigante, lo hace también —presuntamente, claro— en mitad de un pleno de las Cortes. Y a la vista de todo el mundo, incluidas las cámaras. Se ve que en los escaños no hay problemas de aparcamiento. Por lo menos Al Capone tenía la precaución de hacer sus negocios en restaurantes reservados y de mucha vigilancia exterior a cargo de sus incontables guardaespaldas. Los tiempos están cambiando, como soñaba Bob Dylan, pero ahora para peor. O quizá se trata de que esta gente ha aprendido más a guardarse las espaldas que las manos largas, muy largas. Y tal vez ni reparan en el descrédito que suponen para la democracia los juegos de manos fulleras esos intercambios y otros de semejante cariz, ya que la democracia importa mientras ellos tengan margen para seguir haciendo de las suyas a cuenta de una futura jubilación, ya discurra en confortables viviendas o en una mísera celda de Picassent.

Y es que es casi todo lo mismo. Un representante del Sindicato Unificado de Policía manifestó días atrás que entre los entrenamientos del cuerpo para el combate figuran instrucciones muy claras sobre hasta qué punto deben actuar con inusitada violencia hacia los manifestantes calle, metro o esquina, hasta el punto de que al cabo de la sesión preparatoria algunos miembros del cuerpo terminan seriamente averiados, ya sea por las porras, por las pelotas de supuesta goma o por rodillazos en las partes nobles del cuerpo. Así que prepara a los encargados del orden para que sucedan las animaladas que estamos viendo día tras día y no solo en las calles, como esos Mossos de Cataluña que han sido indultados dos veces a fin de obviar las vejaciones sin cuento a las que algunos de ellos someten impunemente a personas retenidas en comisaría. O, en otro orden de cosas que también nos resultan familiares, el escándalo de Madrid Arena, con cinco jóvenes machacadas en su haber, en el que las escasas explicaciones iniciales sobre lo ocurrido constituyen una sarta de mentiras sin sentido tratando de no hacer visible lo inevitable: que allí ni había seguridad ni había nada, solo miles de jóvenes, más de lo que permitía el aforo, saltando al compás de un dj que más parecía un niño dando saltos en el patio de recreo que otra cosa… Y, encima, el anciano médico que acude a la fiesta con su hijo prácticamente con lo puesto (su sonrisa forzada) para encargarse al alimón precisamente de la necesaria asistencia médica en un evento de esa índole, y que, encima, se atreve a decir durante la tragedia que lleva toda la noche atendiendo a borrachos (¿y qué esperaba este pobre hombre?) como para ocuparse también de los casos graves. Y Ana Botella con su querido maridito descansando en Portugal. Así están las cosas, extenuado lector, y el Rey sin percibir su paga de baja médica por sus problemas de cadera. Un escándalo.

De manera que los manifestantes, callejeros o no, saben lo que les espera de sus fuerzas de seguridad: ensalada de hostias y tentetieso, que para eso son guardianes de un orden en escabeche, y con contundencia, mucha contundencia, para hacer cumplir cada día no se cuántas órdenes de desahucio. Como sea. Incluso arrastrando por las aceras a los pobres desahuciados. Y esto no ha hecho más que empezar.

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