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DANZA

Un lago exprés

Denijanoka encarna el doble rol de cisne blanco y cisne negro en poses ajenas al estilo Esta versión busca un rápido beneficio de públicos incauto con sed de tutú y gran ballet

Se han visto multitud de tropelías en torno al clásico por excelencia del gran repertorio del ballet académico, pero si resulta que esos desmanes vienen dados por rusos que presumen de un marchamo de ballet clásico, y de ufanarse de ser los más bíblicos entre los bíblicos en cuanto al abc de la profesión, la herida es aún más profunda, la ofensa es más difícil de encajar.

Russian Classical Ballet

Música: P. I. Chaicovski; coreografía: a partir de originales de Marius Petipa y Lev Ivanov; vestuario: Eugenia Bespalova; luces: Denis Danolov y Stanislav Ribin. Teatro Lope de Vega. 3 de diciembre.

La bailarina Margarita Denijanoka encarna el doble rol de Odette-Odille (cisne blanco-cisne negro) y a ella se le puede aplicar aquel adagio lleno de retranca que reza “mucha cara y poco pie”, admitiendo en este caso también lo de “mucho brazo y poco arte”.

El caso es que Denijanoka tiene unos pies correctos y tolerables, pero ella se salta a la torera metros rítmicos, tiempos, dificultades de la coreografía original y hasta frases enteras, como si tuviera prisa por acabar el bolo, lo que hace pensar que esta espuria agrupación carece de una verdadera dirección artística y está armada para buscar un rápido beneficio de públicos incautos, o de espectadores que tienen sed de tutú y gran ballet, algo que anoche brilló por su ausencia.

Pero en su cisne son los brazos, con los que se aventura en poses tan espasmódicas como ajenas al estilo y fuera de canon.

El cuerpo de baile, reducido a matrices simbólicas en número y evoluciones, resultaba patético en los actos blancos, pues una cosa es la síntesis de un ballet clásico y otra destrozarlo restando ladinamente la dificultad y la grandeza, intentando cubrirlo con muchas lentejuelas de dudoso gusto y con focos de colores. Las preguntas siguen siendo las mismas: ¿es lícito engañar al público así? ¿Alguien pretende mantener el gusto por el ballet con este ínfimo nivel de oferta?

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Los que sí pueden tener un apaño mejor son los que interpretan al príncipe Sigfrido y al brujo Rothbart, respectivamente Zigmärs Kirilka (a quien no han tenido ni siquiera el detalle de cambiarle de ropa durante toda la velada) y Maxim Tkanchenko, una vez pasaran por una puesta a punto de rigor, algo que deben buscar bajo otro paraguas más exigente y honesto.

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