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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tránsito hacia el abismo

Con el desmantelamiento del Estado del bienestar llega el desmoronamiento y la descomposición

Todo lo sólido se desvanece en el aire. La frase, pese a su aliento poético, es de Marx y si no recuerdo mal, se refería al tránsito del feudalismo a la sociedad burguesa, pero podría aplicarse a este tránsito hacia el abismo en el que avanzamos día a día. No solo todo va mal, sino que todo puede ir a peor, a mucho peor. Apenas un año después de la llegada de Mariano Rajoy a la Moncloa, mires donde mires, el panorama es desolador. Tan desolador que da la impresión que en lugar doce meses hayan pasado doce años, doce años de plomo. Sólo han sido 365 días de pesadilla, al cabo de los cuales descubrimos que el dinosaurio siempre ha estado ahí y que los sueños se acuerdan de los sueños, de los peores sueños.

En este largo año el PP se ha revelado como una eficiente máquina de destrucción masiva del llamado Estado del bienestar. Sin complejos y a por todas: a por la educación, a por la sanidad, a por la vivienda, a por las pensiones, a por los discapacitados, a por la justicia, a por las depuradoras de agua, a por las pagas extras, a por los parados, a por los salarios, a por las bajas por enfermedad, a por los despidos, a por los días de permiso y la conciliación de la vida familiar y laboral, a por las contratas de basura, a por las ayudas al desarrollo… y hasta por la hucha del Domund (Rafael Blasco). No han dejado títere con cabeza. Han puesto a la zorra al frente del gallinero y después de merendarse las cajas de ahorros han tenido que endeudar al país para pagar la factura del Almax con el que aplacar la acidez de tan indigesto festín. Ahora saldarán esa otra deuda despidiendo más empleados de las entidades bancarias. Mientras se condena a los jóvenes a la emigración, se amnistía a los defraudadores fiscales, se acomodan las leyes al servicio del rey del juego y se trafica con los derechos humanos, negando la sanidad a los emigrantes pobres y vendiendo los permisos de residencia, con piso y tarjeta sanitaria incluidos, por 160.000 miserables euros.

Esto no es sólo el desmantelamiento del Estado del bienestar. Es el mismísimo desmantelamiento del Estado sin más, claudicando ante el capital financiero que ha logrado colocar al frente de ministerios, subsecretarías y gobiernos autonómicos, a los liquidadores, a sus antiguos ejecutivos, para que acometan con eficacia la labor de desguace. Con el desmantelamiento del Estado del bienestar llega la descomposición social y con ella el desmoronamiento del propio Estado, pues privado de la legitimación de la búsqueda del bien común de la justicia, de la equidad, sólo le queda la función represora, la policía. Esta no es una crisis económica. Esta es una crisis social y política y sólo se saldrá de ella desde la política, desde otra política que obligue a transformar esta democracia devaluada, simulada y secuestrada, por otra que respete su nombre, por una democracia sin adjetivos. Pero para ello tendrán que surgir nuevos actores políticos, gente dispuesta a dar la batalla social y transformarla en política, capaces de articular nuevas formas de lucha y de retomar algunas tan clásicas como la desobediencia civil. Ellos han dado una vuelta de tuerca más en la lucha de clases y han demostrado que no quieren más paz social que la de los cementerios.

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