Kahlo, más viva que nunca
Cristina Kahlo, fotógrafa descendiente de la gran Frida, expone en Madrid ‘Tiempo de Danzón’
Su apellido no deja indiferente. El parecido físico con su tía abuela, tampoco. Para Cristina Kahlo (Ciudad de México, 1960) su herencia es una mezcla de orgullo y responsabilidad: “Me complace muchísimo venir de una familia con tanto amor por México, en la que el arte y la cultura se siente tanto”. Su padre, Antonio, es el hijo de Cristina Kahlo, la hermana menor y también la predilecta de Frida Kahlo. La vena artística la llevaba en la sangre, y en su caso se reveló a través de la fotografía. “A los 10 años me colaba en el laboratorio de mi papá y me parecía mágico”, cuenta. A los 17 saltó el charco y se vino a Madrid para formarse en el Centro de Estudios de la Imagen. Desde entonces ha llovido mucho, tanto como para regresar a la capital, por primera vez, con su propia exposición fotográfica. Tiempo de Danzón se inauguró el pasado jueves en el Espacio Contemporáneo Yuriko Yamamoto, antiguo Centro México de Madrid.
La muestra se adentra en las bambalinas de un baile originario de Cuba y adoptado por la cultura y la tradición mexicana. Un proyecto que le ha llevado cinco años y en el que Cristina Kahlo ha fotografiado a los bailarines y su mundo en distintos rincones de la geografía mexicana, desde Veracruz a Yucatán, desde Ciudad de México a Querétaro. “Hay una cuestión narrativa y documental en torno al baile”, explica la artista, “un hilo conductor formado por las personas que lo bailan y el ritual que para ellas supone prepararse durante toda la semana, vestirse, peinarse, ensayar… su vida acaba girando en torno a la liturgia danzonera”. Se trata de un baile sensual y elegante en el que incluso las miradas están calculadas.
A Madrid han llegado 27 instantáneas, en las que Kahlo hace gala de su particular lenguaje plástico —las técnicas van desde el heliograbado a la impresión en plata y platino y la gelatina coloreada— para plasmar la esencia de esta danza popular, algo que, dice, no conseguiría transmitir si no se involucrase con cada una de las personas que aparecen en las imágenes. Incluso aprendió a bailar: “No soy muy buena, pero me defiendo”, espeta con orgullo. Gracias a este trabajo, Kahlo obtuvo el Premio Nacional a la Preservación y Difusión del Danzón Rosa Abdala Gómez, el año pasado. “No suelto fácilmente los proyectos”, confiesa. Lo demostró con su labor gráfica sobre la discapacidad infantil, reconocida dentro y fuera de su país.
Su tía abuela, Frida Kahlo, estandarte artístico indiscutible, falleció seis años antes de nacer Cristina, pero su sombra siempre se proyectó en la familia. En el buen sentido, explica ella: “Siempre nos inculcaron la cuestión del trabajo de cada uno, de demostrar nuestra valía y no caer jamás en la tentación de colgarnos del apellido. Quizás el nombre sirva al principio, te da alguna oportunidad, pero si tu obra no es buena no te van a volver a buscar”. Cristina Kahlo lo defiende con vehemencia, y explica que el padre de Frida, Guillermo, era una “grandísimo fotógrafo de arquitectura que se nacionalizó mexicano porque se enamoró del país”. Ella no lo sabía cuando comenzó a “hacer magia” con su padre, revelando instantáneas en un cuarto oscuro. “Va a ser cierto que va en la sangre”, exclama.
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