Una singladura aguada
‘Leviathan’, en el Matadero/Las Naves del Español, es una ambiciosa coproducción internacional, sustancialmente fallida
Sentados a lo hindú en sendas orillas de un mar interior, simbolizado por una inmensa tela, y provistos con chubasqueros blancos que recogimos a la entrada, los espectadores formamos el ejército de figurantes involuntarios de Leviathan, ambiciosa<TB>producción visual de la empresa británica Living Structures, que coproducen el Teatro Español y Old Vic Tunnels. En su prólogo, se suceden las estampas evocadoras: a un nadador desnudo, le crece un caparazón de espuma; bajo el nivel freático, los barqueros de Caronte blanden sus pértigas entre pólipos y medusas; un arponero hace diana sobre una malagua negra gigante… Todo ello está inspirado en Moby Dick, según el programa de mano, pero, por la iluminación tenebrista, parece más propia de las profundidades de 20.000 leguas de viaje submarino o del episodio del mar soterrado de Viaje al centro de la Tierra.
Leviathan
Dirección artística y espacio escénico: Klaus Kruse. Directora musical: Verity Standen. Directora visual: Ula Dajerling. Matadero / Las Naves del Español. Hasta el 2 de diciembre.
Unos tipos, doblados por el peso, acarrean sendas pastillas descomunales. ¿Serán empleados de la Bayer naufragados en Metrópolis, o marineros con blancos flotadores de corcho para redes gigantes? Unos fardos que bajan rodando hacia la escena, nos obligan a abandonar la orilla y a seguir la acción de acá para allá, detrás del foco principal, en una semipenumbra protectora que parece invitar al juego, aunque al cabo no seamos más que meros observadores. El vaivén de unas enérgicas acróbatas colgadas de jarcias sugiere un abordaje, a pesar de que el mecánico ostinato musical que les acompaña nos sitúe más bien en la sala de máquinas de Y la nave va…
Casi todo Leviathan es un déjà vu de los argentinos Fuerzabruta y De la Guarda (pero con menos marcha que ellos), que a su vez son versiones amables de la primera Fura dels Baus; y el número de las pelotas negras tamaño burbuja inmobiliaria, una variante oscura de un clásico de los payasos rusos Licedei. La dramaturgia, de celofán; las transiciones, eternas o valoradas por la dirección escénica como si de instantes álgidos se tratase; la música, hiperamplificada para tensar el clima, y la ambición del diseño escenográfico, inspirado en el constructivismo ruso, pero resuelto con espíritu pop, dejan, al cabo, sabor a sucedáneo, servido en envase boutique del gourmet. Cabe recordar que, sin cruzar la frontera, compañías como Teatro de los Sentidos mueven al público con más poesía, intensidad y verdad.
La escena de la conceptualmente interesante ballena-zepelín, se malbarata con un intenso subrayado sonoro antes de desembocar en un largo tiempo muerto: el que tardan en desinflarla, reducirla y guardarla, sin que el director haya previsto otro foco de atención. Todo ello, no resta valor a la entrega ni a la convicción con que trabajan el muy profesional equipo de intérpretes foráneos y sus jovencísimos colaboradores españoles.
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