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Y en vidrio te convertirás

El creciente uso de la incineración como destino final del cadáver ha eliminado un problema, el nicho, pero creado otro: donde acomodar las cenizas

Xulia Ares con uno de los vidrios
Xulia Ares con uno de los vidrios

En Galicia existe una rica cultura funeraria, incluso se podría decir que los gallegos tenemos un trato habitual con los asuntos de muertos, pero lo cierto es que nos hemos adaptado mejor a unas novedades que a otras. Si los tanatorios han triunfado (salvo en el aspecto arquitectónico), el creciente uso de la incineración como destino final del cadáver ha eliminado un problema, el nicho, pero creado otro: donde acomodar las cenizas. Casos hay desde aquella leyenda urbana, o más bien ultramarina, del emigrante cuyos restos vuelven a su tierra de origen y su familia confunde las cenizas con otro de los productos alimenticios exóticos que mandan los parientes de América, hasta el hecho real del prócer cuya última voluntad fue descansar, reducido a polvo, en el mar coruñés, y buena parte se depositó en los trajes de las autoridades, por no tener la precaución de vaciar la urna a sotavento.

De una chica “que llevaba un tubito de vidrio colgado al cuello con las cenizas de su pareja y me preguntó si se podría hacer con ellas ‘algo’ que fuese más estético” sacó la esmaltista Julia Ares la idea de integrar las cenizas de seres vivos en una joya o en una escultura. “Lo que queda de una incineración es, en su mayoría, carbonato cálcico, y por tanto compatible con la técnica que yo utilizo”, asegura. Después de investigar y probar mucho, Ares dio con una técnica que denominó “vitrificatum” (quizás porque el latín se asocia a lo funerario). Las cenizas, sin ningún tipo de mezcla, son depositadas entre dos capas de vidrio, que después se someten a más de 800 grados. “Al ser una temperatura menor que la recibida anteriormente durante el proceso de incineración, no se alteran. Los colores o manipulaciones artísticas las realizo en las capas anteriores o posteriores a las que contienen las cenizas”, dice Julia Ares, autora de los esmaltes que figuran en la base de las 1.300 farolas del paseo marítimo coruñés.

Estas piezas de vidrio termofusionado y termoformado pueden ser desde colgantes a esculturas, de cuadros a claraboyas, y pueden contener los restos de un ser querido, sea humano o animal. Pueden resolver problemas, recuerda la esmaltista, como el de una señora “que no sabía cómo tener las cenizas de su marido en el salón sin verse obligada a sacarlas cuando venían sus hijos, porque siempre le protestaban por ello”. Siempre que no les diga que dentro ese vidrio esmaltado nuevo está papá.

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