El amoroso hombre sin mácula
Jason Mraz, un buen bálsamo frente a la atonía, muestra su habilidad abrumadora para fabricar estribillos
Andamos ya tan mohínos y desnortados que ni siquiera la visita del mismísimo rey del buen rollo (o príncipe heredero, en caso de que Jack Johnson aún ostente la corona) sirve como bálsamo frente a la atonía. Jason Mraz es tan ideal y buenecito, tan intachable como ciudadano sensible y comprometido, que parecía un revulsivo perfecto contra los rostros mustios del otoño y una buena elección como cabeza de cartel en el segundo Fnac Musical Festival, con el apreciable complemento de Los Secretos y Georgina. Pero la acogida fue algo tímida, con las gradas laterales del Palacio Vistalegre tapadas por grandes lonas y unos 4.000 asistentes empapándose de sentido positivo. Lejos de los 7.000 que siguieron las navidades pasadas a Amaral y Love of Lesbian.
"Esta noche el tema es el amor", anunció de entrada el cantautor de Virginia, instigador infatigable de arrechuchos y llamamientos a la concordia. Dispone para ello de una voz poderosa y nítida, y de una habilidad abrumadora en la fabricación de estribillos. Todos parecen aptos para protagonizar anuncios televisivos, y el de You and I both materializa la promesa inicial con el vuelo grácil de muchas florecillas que terminan dibujando en la pantalla gigante un corazón. “¡Qué bonito!”, se le escapa a una vecina de asiento. Y qué atracón de azúcar.
Mraz es delgado y luce perilla, coleta y su sempiterno sombrero. No sabemos con certeza si nos guiña de vez en cuando el ojo o simplemente le deslumbra alguna luz, pero parece demostrado que pertenece al gremio de los enrollaos. Y somos muy partidarios de la buena gente, sin duda. No tanto de que el artista, como observador lúcido y privilegiado del mundo, renuncie a una cierta mala baba. Todo es tan ideal que hasta la banda parece escogida con criterios de plural fotogenia: el trío de simpáticos calvorotas en los metales, la morena guapa en las percusiones, la rubia no menos hermosa al violín, el guitarrista musculado y quizás surfero. Solo nos los creemos cuando, al final de la noche, interpretan como una piña la exquisita I’m coming over, con el jefe en falsete precioso y homenaje final a Going up the country, de Canned Heat.
Lo de las citas se le da bien a Mraz. Lo demuestra cuando su celebérrimo I’m yours deviene en Everything’s gonna be alright, de Bob Marley, o al enlazar Lucky con Fly me to the moon, su inspiración evidente. Por eso, porque le asiste el talento, echamos de menos que también pellizque. Alguna vez que otra, siquiera.
Que no tema Mraz por sus credenciales como amoroso hombre sin mácula: están a salvo. Es bondadoso, vegetariano y, desde la heterosexualidad, firme defensor del matrimonio igualitario. Todo ello le honra, pero su música se resiste a testimoniar que, por ejemplo, en España pagamos a magistrados del Constitucional que confunden el amor entre dos hombres con el de un tío y su sobrino. Que su régimen alimenticio no le impida poner un poco de carne en el asador. A veces lo hace, como en esa balada estupenda, Beautiful mess, donde los saxos van cobrando incandescencia. Pero en otras, como en Only human, confunde a Stevie Wonder con James Morrison. Y eso no se lo perdonamos, aunque terminase cantando Signed, sealed and delivered.
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