Un manifiesto para Robert Wilson
Bogart resuelve con éxito en 'Bob' el difícil empeño de convertir el monólogo confeccionado por Jocelyn Clarke en un espectáculo con empaque visual
La cámara lenta va a velocidad de vértigo, comparada con la parsimonia con que Robert Wilson, vestido de institutriz victoriana, camina hasta la mesita, llena un vaso de leche, se lo lleva a su pupilo, saca un cuchillo y lo apuñala. Una tensa hora y cuarto duraba esta sencilla secuencia de La mirada del sordo, que Anne Bogart evoca en la primera escena de Bob, su espectáculo homenaje al director tejano, interpretado por Will Bond. La admiración, no empaña la mirada de Bogart: “En los últimos 12 meses estrené 10 funciones, muchas de ellas no sé porqué”, le hace decir a Wilson, cuyos picos de productividad no han coincidido con los de calidad: el arte necesita tiempo.
BOB
Idea y dirección: Anne Bogart. Adaptación: Jocelyn Clarke. Luz: Mimi Jordan Sherin. Intérprete: Will Bond. Teatro Valle-Inclán. Del 15 al 17 de noviembre.
Sin parecérsele físicamente, Will Bond se mueve con la serena elegancia del personaje que encarna, imita sus tartamudeos de otrora (“¿Qué quieres ser?”, le preguntó de niño un profesor: “Rey de España”), explica su manera de entender la vida y el teatro, y cuenta algunas anécdotas divertidas, usando siempre palabras textuales del homenajeado. La puesta en escena de Bogart y la interpretación son un puro guiño a la manera de hacer de Wilson: consiguen pasar un cúmulo de información sin incurrir en didactismos, y mostrar a la vez de manera práctica la extraña tensión entre espacio y tiempo que caracteriza su obra. Entre lo que se nos dice, nada hay que no le hayamos leído u oído al director de Einstein on the Beach en sus divertidas conferencias (en la que dio en el Congrés del Teatre de Barcelona, en 1985, se puso a gritar alegremente mientras se solucionaba la avería del micro), pero el espectáculo sintetiza su discurso artístico, lo reordena a la manera de un manifiesto informal, trufado de acontecimientos biográficos; y lo traduce en acciones demostrativas y en imágenes elocuentes.
Bogart resuelve con éxito el difícil empeño de convertir el monólogo confeccionado por Jocelyn Clarke en un espectáculo con empaque visual, apoyándose en el excelente trabajo de Bond, actor con precisión de bailarín, y en la luz expresionista de Mimi Jordan Sherin, calcada a ratos de la que el propio Wilson diseña. “Marlene Dietrich era Liza Minnelli, sin sudoración. Estando en París, fui a verla a actuar 17 veces: nunca mostraba cuán difícil es hacer lo que hacía. Su expresión estaba disociada del sentido de lo que cantaba”, cuenta el protagonista de Bob a través de su médium. Tal disociación entre lo que se dice y lo que sucede es el meollo de su teatro. Entre tiradas de teoría escénica, por la función asoma de cuando en cuando la figura humana agazapada detrás del artista, y la chispa de algún relámpago irónico o humorístico prende una emoción donde el público menos se lo espera.
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