La visión extraordinaria de Van Dyke Parks
Debuta en Madrid uno de los creadores más inclasificables del pop californiano, aliado de Brian Wilson y genial autor al que el éxito esquivó
En el presente, una biografía profesional como la del pianista y cantante Van Dyke Parks (Misisipi, 1941) suena a ciencia ficción. Pero sí, créanlo: hubo un tiempo y un lugar —la California de los años sesenta— en que las compañías discográficas reconocían el talento difícilmente vendible, al que sin embargo abrazaban. Se aceptaban los intangibles beneficios de contar con un genio-en-residencia, aunque se supiera que sus propios discos no tenían potencial comercial.
Eso ocurrió en Warner Bros. Records, compañía que también acogió a heterodoxos como Randy Newman o Ry Cooder. Parks fue colocado allí por un mecenas generacional, el productor Lenny Waronker. Funcionó como músico de estudio, arreglador y visionario de guardia, mientras preparaba su estreno. Song cycle salió en 1968 y podríamos simplificar su definición argumentando que era la versión estadounidense del Sgt. Pepper’s.
No es que suene nada parecido al clásico de los Beatles: sí que tiene similar profundidad nostálgica, un amor por las formas musicales del pasado dinamitado por un surrealismo verbal que seguramente derivaba de la abundancia de substancias psicoactivas. Llámenlo psicodelia erudita.
Song cycle, con sus orquestaciones laberínticas y sus densos montajes, fue un disco caro de hacer que, ay, no vendió un pimiento. Tanto que Stan Cornyn, el astuto publicista de Warner, decidió proclamarlo “la obra maestra desconocida del año” y regalarlo a quien lo pidiera. Un golpe promocional poco apreciado por el artista, relegado públicamente a la categoría de los perdedores.
La verdad sea dicha, Van Dyke nunca demostró mucha habilidad para escapar a los números rojos. Sus siguientes discos, Discover America (1972) y Clang of the yankee reaper (1975), reflejaban su creciente fascinación por las soleadas músicas de Trinidad y Tobago. Tampoco debió de alegrar a los accionistas de Warner Bros. que insistiera en esa pasión al producir a Mighty Sparrow, la estrella del calipso, o a la Esso Trinidad Steel Band.
Las tres obras citadas constituyen aproximadamente la mitad de su discografía y han sido reeditadas varias veces, en este año con la exquisita etiqueta británica Bella Unión. Conviene explicar que la estatura legendaria de Van Dyke Parks corresponde en buena parte a sus complicidades lisérgicas con Brian Wilson inicialmente como letrista.
Parks participó en el famoso disco perdido de los Beach Boys, Smile, elaborado entre finales de 1966 y comienzos de 1967. Sus textos enigmáticos fueron rechazados por el sector más precavido del grupo y asustaron a la discográfica pertinente, Capitol. El proyecto quedó aparcado pero su presencia es evidente en piezas sublimes como Heroes and villains o Surf’s up. El empuje humano y la capacidad organizativa de Van Dyke Parks hicieron posible posteriores aventuras con Brian, como el disco conjunto de 1995, Orange crate art, la reconstrucción de Smile en directo o el suntuoso That lucky old sun.
Estamos hablando de un músico polivalente: se ha ganado el pan colaborando en películas y series de televisión, a veces poniéndose frente a la cámara. Van Dyke Parks no ejerce de creador atormentado y carece de urgencias: dejó pasar nueve años entre su tercero y su cuarto disco. Para el quinto, Tokyo Rose (1989), se atrevió con una exploración histórica de las no siempre ejemplares relaciones entre Japón y Estados Unidos. Consciente de que, bajo su nombre, jamás ha conocido nada parecido al éxito, mantiene una arrogancia y un buen humor insospechados.
En los últimos tiempos, Van Dyke Parks ha encontrado almas gemelas en músicos jóvenes, que aprecian tanto su fantasía literaria como su barroquismo panamericano. Se le puede encontrar en discos recientes de Joanna Newsom, Silverchair o The Shortwave Set. La de hoy es una rarísima oportunidad para escucharle en directo, en formato de trío. Acudan sin prejuicios.
Van Dyke Parks actúa hoy en la sala El Sol (Jardines, 3). A las 22.00. Entradas: 28 euros
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