La quiebra de la amistad
No hace tanto en toda España ser catalán era disponer de un plus
Escrito en el AVE: vengo de Madrid, donde he estado hablando de mi libro. Novedad: los periodistas y los blogueros me preguntaban sobre el separatismo, y hasta de madrugada en el Cock tuve que explicarles la “cosa” a aquellas dos chicas tan simpáticas, Teresa y Carmen, a las que en realidad el tema no debería interesarles nada, y que estaban algo sulfuradas. Nunca me habían preguntado tanto por semejantes chorradas. Pero también hay que saber que en las chorradas se nos va la vida. Recuerdo una página en Notas para Silvia donde Pla recuerda el 80º aniversario de Carner, en Bruselas, y cita un soneto que con tal ocasión el poeta les dio a quienes pasaban a felicitarle por su domicilio. Poema tristísimo, sobre el franquismo y la “noche que durará cien años”, que si mi memoria no me falla concluye así: “Pugui jo caure incanviat/ tot fent honor, per via dreturera,/ amb ulls humits i cor enamorat/ a un esquinçall, en altre temps bandera”. En fin, ¡siempre estas cochinadas del amor, el honor y la bandera!
Acabo de llegar a casa, busco en la estantería y encuentro el libro y el comentario de Pla: “Este soneto terrible de Josep Carner se debería dar a todo el mundo para que todo el mundo lo meditase. Pero quizá hubiera sido mejor que este soneto no se hubiese tenido que escribir nunca, haciendo de forma que las personas que formaban parte de las clases dirigentes en el periodo anterior a este periodo hubiesen tenido un poco más de cuidado con las personas con las que se jugaban los cuartos —por decirlo con la vulgaridad natural del país—”.
Con lo de “el periodo anterior” Pla se refería, claro está, a la II República, y a la insensatez de una clase dirigente catalana demasiado inclinada a la gesticulación y al capricho, hasta provocar por fin la terrible expiación de la Guerra Civil. A esta idea se vuelve en Notas para Silvia una y otra vez: ha habido mucha lírica, incluso, si se quiere, buena lírica, porque el poema de Carner no está mal. Pero a este precio, al precio pagado por tanto lirismo, ¡cada rima nos ha salido carísima!
Eso es lo que dice Pla a su manera más o menos despeinada y lateral.
Gracias a Dios nuestros tiempos son menos bárbaros, en todas las exclamaciones fanáticas el exaltado de turno está mirando con el rabillo del ojo a ver el efecto que causa su cantada, y por mucho que el señor Mas reúna a 300 altos cargos y les diga que son “los generales de un ejército que es la Generalitat” (sic), y que el señor Puig galvanice a los mossos para que viertan en la defensa de no sé qué hasta la última gota de sangre, y a pesar de muchas otras actitudes y pronunciamientos al filo de la irracionalidad, de la puerilidad y del disparate, todos sentimos que no es más que business as usual, retórica para distraer al rebaño mientras le sisas los haberes, le endosas un nuevo impuesto y le haces pasar por la ITV de la familia Adams.
Aquí no estamos hablando de guerra, todo lo más de una guerrilla de los botones. Pero no nos engañemos. Salvando las distancias históricas, y la lógica de la historia que quiere que los acontecimientos que se produjeron primero como tragedia se repitan ahora como farsa —según la sentencia de Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, enmendando la observación de Hegel sobre el repetirse de los acontecimientos históricos—, una vajilla carísima ya se ha roto. Citaré otra vez a Pla, con perdón: “El mayor drama que la Guerra Civil proyectó sobre este país no ha sido ni la miseria, ni el miedo, ni el cambio de léxico, ni la despersonalización general: fue la quiebra de la amistad, la liquidación de la confianza”.
La quiebra de la amistad ya se ha producido, y no por el cepillado de un Estatut concebido ya precisamente a tal objeto, por más que esa falsedad se repita otras diez mil veces hasta que parezca una verdad goebbelsiana. Entre esas mentiras, la supuesta animosidad de “Madrit” hacia los catalanes. Por más que la repita Rubert de Ventós, al que en el foro le trataron, cuando era senador, “como a un colonizado”, es falsa de toda falsedad, como sabemos todos los que hemos vivido alguna vez en la capital, aunque no como senadores. No hace tantos años en toda España ser catalán era disponer de un plus —no siempre justificado, por cierto-—de eficacia, de trabajo, de seriedad y de modernidad. A condición claro, de no ir por ahí diciendo “yo soy catalán y vosotros unos borricos mesetarios”. Siempre había sido así. Siempre.
Pero ahora he constatado que ya no. Ahora, con esa permanente quejumbrosa ofensa, ese victimismo exigente, esa xenofobia regional, esa lluvia de agravios y ofensas a los andaluces gandules, a los extremeños miserables, a España la ladrona cuando no “genocida cultural”, con esos escupitajos y amenazas y quema de banderas y bramidos futboleros y modositas chulerías de Mas, que aquí ni siquiera percibimos como ofensas, o que si las percibimos nos hacen gracia porque las pronuncia un radiofonista de CiU contra Federico Losantos (“¡habría que colgarle!”), pero que serían piedra de escándalo y motivo de rasgarse las vestiduras si fueran en dirección contraria, se ha producido el resquemor. La gente ya no se fía. El aura se ha perdido.
Se ha quebrado la amistad, y a algún imbécil le parece un asunto insignificante…
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