Beneficios marginales
Plantear las elecciones como una batalla entre el nacionalismo catalán y el españolista beneficia a ambas derechas
Nadie sabe cómo se resolverá el lío organizado por Artur Mas con su apuesta por la independencia de Cataluña, pero está ya claro que el presidente y la coalición nacionalista que dirige aspiran a que, por lo menos, la jugada les reporte importantes beneficios marginales.
El primero, a la vista está, consistirá en ahorrarse rendir cuentas al electorado por la forma en que se enfrenta a la crisis económica. Se trata de concentrar el debate político-electoral en un plano distinto al de la gestión de la crisis, en el que ya nadie recuerde que la Generalitat ha acumulado un déficit descomunal, tiene cerrado el acceso al crédito y sus finanzas están intervenidas por el Estado. ¡Todo esto inmediatamente después de haber comenzado la legislatura suprimiendo impuestos a los más ricos y mientras la destrucción de empleo ha llevado el paro a la cota del 22% en Cataluña!
Mientras Artur Mas y su partido piden a los electores una mayoría absoluta para enviar a los poderes centrales del Estado el mensaje de que Cataluña apoya su deriva soberanista, un cálculo mínimamente honesto indica que lo que en realidad sucedería si la obtuviera es que CiU dejaría atrás su precaria situación de Gobierno en minoría en el Parlament y se habría librado de su alianza con el PP, un socio ahora indeseado. Sería un segundo beneficio marginal, nada despreciable.
Luego, este refrendo electoral podría ser interpretado como el perdón por el incumplimiento del compromiso electoral —aquel Levantar Cataluña de 2010 que durante este bienio se ha convertido en exactamente todo lo contrario— y como una aprobación de la política de recortes sociales de la que durante dos años Mas ha presumido ser precursor en España. Es un tercer beneficio marginal, de primordial importancia. Su derivada sería la apertura de otros cuatro años de Gobierno de derechas en Cataluña habiendo esquivado el castigo electoral que tantos Gobiernos han pagado por haber aplicado las mismas políticas.
No terminan aquí los beneficios que CiU espera extraer de las urnas el día 25. La izquierda catalana ha sido pillada a contrapié y en estos momentos es menos competitiva de lo que quizá hubiera sido en 2014 si la legislatura no hubiera sido acortada en dos años. No ha resuelto sus problemas de liderazgo ni ha extraído todavía todas las lecciones que cabe sacar de los siete años de alianza gubernamental progresista. Es un nuevo beneficio marginal.
Pero hay aún otro, ya cobrado por CiU, consistente en retomar la iniciativa política en la pugna por el encaje constitucional de Cataluña en España. Dirigir la reivindicación nacional es un objetivo prioritario, irrenunciable, para todo partido nacionalista, también para el dirigido por Mas. CiU dispuso de la iniciativa en este ámbito desde que en 1980 Jordi Pujol ganó las primeras elecciones al Parlament celebradas después de la dictadura y tuvo la oportunidad histórica de convertirse en el creador de la nueva Administración de la Generalitat. Pero esta iniciativa le fue arrebatada por la izquierda cuando el presidente Pasqual Maragall lanzó en 2003 la reforma del Estatuto de Autonomía.
El intento de Maragall fue desmontado en 2010 por el PP mediante la sentencia del Tribunal Constitucional y desde entonces el catalanismo entero, tanto el nacionalista como el federalista y el hasta ahora minoritario independentista, ha ido a la deriva, sin otro proyecto que el de superar el día a día. Una agonía de la que, finalmente, Artur Mas ha propuesto salir dando el salto desde la autonomía a la independencia. Tiene condiciones para terminar siendo un salto al vacío. Pero, entretanto, determina que los protagonistas de una batalla política que pintan como épica sean los dos partidos gobernantes en España y en Cataluña, los dos partidos de la derecha: CiU por la parte del nacionalismo catalán y el PP por la parte del nacionalismo españolista.
Gane quien gane, ganará la derecha. El desafío de CiU ha permitido al PP realimentar su condición de primera fuerza del nacionalismo españolista y recuperar también, por ejemplo, en Galicia, el aliento que había comenzado a perder en Andalucía por su fracaso diario en la lucha contra la crisis económica. Ambas fuerzas esperan compartir el día 25 este beneficio marginal. Después, con un horizonte de cuatro años, ya se verá cómo rebajar la tensión, abrir vías de diálogo, reconvertir independencia en pacto fiscal, etcétera, etcétera.
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