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critica | música clásica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Arreglos asesinos

El problema no fue la voz ni la orquesta, sino la traición a la partitura

En los lieder de Schubert el piano no es sólo un acompañante, sino un elemento cuyos parámetros de color y carácter resultan esenciales para la composición. Por eso, intentar sustituir el piano por otra cosa, resulta una tarea poco menos que imposible. Aunque la Orquesta de Valencia tocó con delicadeza extrema y atendió esmeradamente a la mezzosoprano, el edificio cojeó ante unos arreglos asesinos. Asesinos, sí, por más que alguno de ellos lo firmase Max Reger. La voz de Angelika Kirschlager, rica en matices y de un atractivo timbre, no ganó nada con ellos: en el mejor de los casos resultaron blandengues. En el peor, extremadamente sosos.

Orquesta de Valencia

Yaron Traub, director. Angelica Kirchslager, mezzosoprano. Obras de Stravinski, Schubert y Mozart. Palau de la Música. Valencia, 26 de octubre de 2012.

Ganymed apareció como un bonito fruto cuya cáscara no podía acoplársele. La rueca, en el D. 118, perdió su carácter implacable. La rosa, en el D. 257, quedó marchita antes de empezar, sin la belleza del inicio ni la venganza posterior de su espina. Y en Erlkönig no se pudieron poner en pie los tres personajes de la tragedia. En este último, además, la mezzo austriaca mostró tiranteces en los pasajes más dramáticos. Sin embargo, el problema principal no radicó en las prestaciones de la voz ni en las de la orquesta, sino en las transcripciones, en la traición a la partitura. Aunque no se trata de andar buscando siempre la versión original, porque hay veces que la música mejora con instrumentaciones diferentes. Mejora o –también pasa- muestra las caras ocultas de unas facetas poliédricas. Pero no sucedió así con el Schubert programado. Por suerte, el Ave Maria que se dio como regalo, con la voz moviéndose en la franja central y luciéndose en toda su plenitud, dejó un estupendo sabor de boca. El acompañamiento original de piano, algo más convencional en este caso, se deja trasladar con menos pérdidas a otras combinaciones instrumentales.

Antes se había escuchado la Sinfonía en tres movimientos de Stravinski, a la que le faltó el punto de humor y misterio que contiene. En la segunda parte sonó la conocidísima Cuarenta de Mozart. La Orquesta de Valencia, cuyo repertorio más logrado no suele situarse en el siglo XVIII, lució esta vez una transparencia y un ajuste muy por encima de lo habitual. Especialmente en el Molto allegro inicial, interpretado con vuelo y atención cuidadosa a las voces internas.

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