Un cosquilleo agradable
En los muebles de la barbería de la calle de Sagués queda escrita la memoria de una Barcelona
“De Bocaccio no me llevé casi nada, solo un par de copas, cajitas con el emblema del local y cuatro o cinco souvenirs (…). Huyo de los falsos revivalsque huelen a oportunismo trasnochado, como esa discoteca que abrió con el nombre de Bocaccio y a cuya inauguración me negué a ir, pero con el paso de los años he sentido una cierta curiosidad por visitar una barbería en la calle de Sagués que tiene muebles de Bocaccio. Verlos de nuevo me produce un cosquilleo agradable que me reconforta”.
Sagués, 22. Allí es donde tiene su peluquería, recordada por Oriol Regàs (1936-2011) en sus memorias (Los años divinos, Destino), el señor Josep Maria Argilès. Se trata de un minúsculo local presidido por una enorme butaca antigua de barbero, una Coken de porcelana, cuero rojo y cromados, procedente de Saint Louis (Misuri), que el señor Argilés recuperó de un establecimiento de la Rambla de Catalunya e hizo restaurar a un especialista en harley-davidsons, hábil a la hora de restituir el antiguo esplendor a los metales. En la pared de la izquierda, según se entra, el señor Argilés tiene colgados un par de espejos que estaban en los lavabos de caballeros de la boîte de la calle de Muntaner. A la derecha está el velador en que se anunciaba el cóctel del día, que ahora sirve para almacenar los afeites, y también una parte de la columna que presidía la pista de baile, en el sótano. Al fondo, se entrevé un revestimiento en mármol, también procedente de los lavabos. “Las pilas no las pudimos recuperar, se rompieron cuando tratamos de arrancarlas. Sí conservo en mi casa de Arbeca algunos grifos de bronce del local”.
El señor Argilès, de 69 años, es de Vilanova de Bellpuig, hijo y hermano de barberos, establecido en Barcelona hace unos 50 años, primero en la calle de Buenos Aires y desde hace 14 en la de Sagués, donde decidió trabajar solo, a hora convenidas, de lunes a jueves, para poder dedicar los fines de semana a su otra gran pasión, el huerto que posee en Arbeca. Como buen barbero a la antigua usanza, es hombre dado a la conversación, con un fino sentido del humor.
El señor Argilés iba poco por Bocaccio, él frecuentaba principalmente la discoteca Metamorfosis de la calle de Beethoven. Con Oriol Regàs se cruzó de muy joven, cuando trató de patentar un corte de pelo bocaccio que no llegó a cuajar. Luego se perdieron de vista. Ya en la década de los ochenta, el peluquero supo por un trapero amigo suyo que el local había cerrado definitivamente, pues iba a convertirse en unos aparthoteles frecuentados por árabes que se trataban en la clínica Barraquer, y fue así como se hizo con el mobiliario que aún conserva. “Años más tarde vi algunas sillas y sofás en los Encants. Por cierto, las puertas como de salón del Oeste americano de la entrada fueron a parar al restaurante L’Olla del Torrent, en Gràcia”.
Ya enfrascado en la redacción de sus memorias, Oriol Regàs se acercó hasta la calle de Sagués. Tímido como era, el tímido con mayor éxito social jamás registrado bajo la capa del cielo, estuvo un buen rato plantado fuera del local, escrutando el interior a través del escaparate. Argilés no le reconoció hasta al cabo de un buen rato y le invitó a pasar. “Estoy convencido de que si no lo llego a hacer, nunca se hubiera decidido a entrar. Estuvimos charlando y tuve la sensación de que se emocionaba. Ya no volví a verle”.
Oriol Regàs no fue hombre de nostalgias. Cuando sus exitosos proyectos funcionaban, dejaban rápidamente de interesarle para emprender otros con renovada pasión. Fue así como, tras Bocaccio, siguieron muchos otros locales famosos, como el Pub Tusset, el Via Veneto, el Up & Down, Las Vegas, el Tropical de Gavà y también la promoción de artistas —Serrat, Maria del Mar Bonet, Llach, Antonio Gades— y la producción de películas de la Escuela de Barcelona. Un personaje con la vista siempre al frente, en pos de una Barcelona más cosmopolita y divertida.
Argilés no sabía que los muebles que hoy decoran su barbería fueron diseñados por el hermano mayor de Oriol, Xavier Regàs (1931-1999), un interiorista que jamás antes había ejercido la profesión y que se inventó aquel resultón estilo neomodernista de Bocaccio, con lámparas tiffany’s y espejos ahumados que favorecían extraordinarimente a quienes se reflejaban en ellos. A esa intervención siguieron otras no menos celebradas, como la tienda Groc de Toni Miró en la Rambla de Catalunya, el Drugstore del paseo de Gràcia y el mismo Via Veneto. Hombre de vida azarosa, su hermana Rosa Regàs trazó un entrañable retrato en Luna lunera, cuando Xavier, que contaba apenas 11 años, capitaneó una rebelión de los cuatro hermanos para ir en busca de su madre, de la que habían sido separados por la guerra. A Xavier, según cuenta Rosa, eso le costó el ingreso en el temible asilo Durán, un siniestro reformatorio para menores rebeldes que surgía donde hoy se encuentra la clínica Teknon y que ha sido descrito en varias novelas por otro interno hijo de la contienda, el escritor Michel del Castillo, con quien es posible que Xavier coincidiera.
Un cosquilleo agradable: en los muebles de la barbería de la calle de Sagués queda escrita así la memoria de una Barcelona de misal y mantilla contra la que se rebelaron los hermanos Regàs.
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