El arte de desafiar a Dios
Caixaforum recorre la historia de las grandes torres y rascacielos en una muestra de 200 piezas
Desde los comienzos de la Historia, el hombre ha querido demostrar su poder construyendo cada vez más alto. El mito de la torre de Babel que narra el libro del Génesis es un ejemplo perfecto del afán del hombre por distanciarse lo más posible de la tierra y acercarse a los ámbitos de lo divino. Las torres y rascacielos que llenan la historia de la arquitectura jalonan también los momentos cumbre de ese desafío permanente a los dioses. Desde el ejemplo bíblico de Babel hasta el rascacielos Burj Khalifa en Dubái, con 828 metros, los ejemplos son fascinantes. Caixaforum Madrid ofrece hasta el 5 de enero una deslumbrante exposición en la que mediante 200 obras (maquetas, fotografías, dibujos, entrevistas y documentales) se presenta esta obsesión.
La de las torres y rascacielos es también una historia de ambiciones, retos y fracasos. La fórmula siempre ha sido la misma. Dinero y poder al servicio del talento de arquitectos e ingenieros con una imagen siempre al fondo: cuadrillas de obreros trabajando como incansables hormigas. En forma de minaretes, catedrales, viviendas o meros caprichos, detrás de cada proyecto siempre ha habido un soñador. La versión original de la muestra, expuesta en Barcelona se ve ahora enriquecida con nuevas maquetas de algunas de las construcciones más emblemáticas del mundo: el Home Insurance Building de Chicago, el Chrysler de NuevaYork, la Universidad de Moscú o la torre Burj Khalifa de Dubái.
Robert Dulau y Pascal Mory, comisarios de la exposición, construyen un discurso en el que el rascacielos se presenta como icono de la modernidad. La construcción en vertical soluciona las necesidades de suelo en todo el mundo. Ahora, la preocupación es combinar altura, tecnología, sostenibilidad y creatividad con funcionalidad y belleza.
Metáfora perfecta de la desmesura y el poder, la exposición arranca con una bella maqueta de lo que pudo ser la torre de Babel, una imagen que ha sido constante fuente de inspiración para pintores y escritores, como Bruegel el Viejo y Bruegel el Joven. Grabados y pinturas renacentistas rodean la maqueta del primer gran desafío arquitectónico en pos de la grandeza.
Todas las culturas y religiones han participado del deseo de traspasar las esferas celestiales y aproximarse a la divinidad. Los templos religiosos de la Edad Media y el Renacimiento son un ejemplo redondo, al igual que los minaretes de las mezquitas, que siguen impactando por su insuperable belleza. Como prueba de que la fascinación por las catedrales sigue viva, la muestra incluye un edificio aún incompleto: la Sagrada Familia de Gaudí.
El bosque de torres dedica un espacio muy especial a la torre Eiffel. Inmortalizada por pintores y fotógrafos de todo el mundo, icono indiscutible de la Francia moderna, empezó a ser construida bajo las órdenes del ingeniero Gustave Eiffel en 1887 para celebrar el centenario de la revolución francesa. Levantada en hierro, su descomunal cimentación tenía que sustentar un peso de 7.300 toneladas y 18.038 piezas diferentes.
De la exhibición de poderío parisino, la exposición salta a Estados Unidos y a la rivalidad entre Chicago y Nueva York en un pulso en el que se implicaron grandes arquitectos europeos. Es en Chicago donde alrededor de 1880 se construyen los primeros rascacielos, y hasta finales de 1970 no ha dejado de liderar las construcciones verticales. En este tramo de la muestra el visitante se adentra en la historia de edificios homenajeados una y otra vez por el cine y los libros, con la posibilidad de visitar a escala sus interiores y exteriores, cómo fueron construidos y quiénes los idearon. Unos cuantos ejemplos: el Flatiron (1902), diseñado por Daniel Burnham ( 87 metros de alto); la torre de la Metropolitan Life Insurance (1909), de Napoleon LeBrun e Hijos (213 metros); el Woolworth Building, la catedral del comercio, de Cass Gilbert (241 metros)...
Las construcciones del período de entreguerras, 1919-1939, es una síntesis de la colaboración entre Estados Unidos y Europa: la sede del Chicago Tribune (141 metros); el RockefellerCenter (259 metros); el PSFS Building (150 metros); el Chrysler ( 298 metros); el Empire State (381 metros)...
En las década de los cincuenta toda la capacidad de innovación se invierte en columnas interminables de viviendas y oficinas que crecen en el corazón de la ciudad. Los centros financieros, en una exhibición casi obscena de poder, rematan obras como la John Hancock Tower de Boston (1968-1976, 248 metros), de Ming Pei; o las desaparecidas torres gemelas del World Trade Center de Nueva York (1966-1973, 417 metros), de Minoru Yamasaki and Associates y Emery Roth &Sons, la Torre Sears (1970-1974)….
A partir de los ochenta, los países del este asiático y Oriente Próximo toman el relevo en altura y espectacularidad. El dinero les permite recurrir a los grandes arquitectos internacionales y crean el Hong Kong and Shanghai Bank de Foster, construido en esta segunda ciudad en 1986; la Jin Mao Tower de Hong Kong, levantada en 1990 por el estudio SOM (421 metros); las Torres Petronas de Kuala Lumpur, obra de César Pelli (1998, 452 metros); o la Torre Taipei 101 de C. Y. Lee (2004, 509 metros). Así, hasta llegar a la torre más alta del mundo por el momento: la Burj Khalifa de Dubai (2004-2010), firmada por Skidmore, Owings & Merrill. Sus 828 metros la convierten en la representación más osada del desafío a lo divino; una prueba de la inmodestia y pequeñez del hombre.
El contrapunto a estos gigantescos desafíos, lo pone una instalación del artista español Miquel Navarro. La belleza y armonía de su idea de ciudad es una reflexión sobre la necesidad de volver a las escalas humanas.
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