Días de fiesta y de melancolía
'Le chant du dindon', en el Price, es un espectáculo de circo teatralizado que cautiva por la limpieza con que sus artífices ejecutan los ejercicios más alambicados, en medio de un torbellino festivo
El orden, aburre a los curiosos; el caos, desasosiega a los impacientes, pero la exactitud en medio de la entropía nos fascina a todos. Le chant du dindon (literalmente, El canto del pavo, y en sentido figurado, del bobo de la farsa o de la víctima de un engaño) es un espectáculo de circo teatralizado que cautiva por la limpieza con que sus artífices ejecutan los ejercicios más alambicados, en medio de un torbellino festivo. En la pista se canta, se come, se bebe, se baila y se fracasa cada vez más y mejor, porque a cada alarde de pericia responde el diestro contraugusto Vincent Molliens con un simétrico derroche de torpeza.
Bajo la carpa de la compañía Rasposo todo fluye: un roce equívoco entre una rubia desafiante y cuatro macarras se convierte en una escena dramática muda en la que la ágil Marie Molliens cambia vertiginosamente de pareja de equilibrios mano a mano, sin quedarse con ninguna. El ambiente añejo que se respira y la anarquía que aparentemente reina en la pista hacen pensar en el primer espectáculo del Théâtre Zíngaro y en La Baraque, la cantina musical de Igor Dromesko, pero también en las verbenas de los años sesenta y en las jam sessions. Cada escena es un jirón de vida, un intento provisionalmente exitoso pero fallido a la postre de volver a poner en su sitio el centro de gravedad de los afectos.
'Le Chant Du Dindon'
Compañía Rasposo. Dirección: Fanny Molliens. Teatro Circo Price. Madrid. Del 4 al 21 de octubre. Pérols-Aglomeración de Montpellier (Francia). Del 23 de noviembre al 1 de diciembre.
Le chant du dindon respira autenticidad. Sus intérpretes representan lo que son: una familia con sus disfunciones a cuestas, luchando por sobrevivir en compañía de sus amigos, y festejando cada pequeña victoria hasta la derrota final: Julien Scholl, con guantes de boxeo que no le impiden subir y bajar por un mástil como si caminara por el pasillo de su casa; Jan Oving, lanzando sus mazas cada vez más alto entre un laberinto móvil de arañas de cristal; Marion Guyez y David Cluzaud, contorsionándose como murciélagos cabeza abajo, y Marie Molliens, lanzándose a una danza mortal en el trapecio, en el cable y sobre los brazos solícitos de sus compañeros.
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