De repente, la alegría

“A mal tiempo, buena cara”, debieron de pensar los organizadores, programando un concierto pletórico de vitalidad, llevado con pulso firme por el carismático Zubin Mehta. Se inauguraba el curso de Juventudes Musicales, con lleno hasta la bandera. De entrada, la obertura de Rosamunda, de Schubert, puso a punto de caramelo, con su atmósfera melódica, el ambiente para una tarde de gran música.

El Concierto para violín y orquesta en Mi menor, opus 64 de Mendelssohn contó con la participación como solista de Leticia Moreno: 27 años, volcánica, rebosante de energía y virtuosismo. Dio a su interpretación un aire de alta expresividad y a pesar de algunos fallos puntuales transmitió siempre un toque de entusiasmo juvenil, de alegría. Se agradece, en estos tiempos que corren, este desparpajo. Ante las ovaciones obsequió a los asistentes con un Bach manifiestamente mejorable. Lo que más importaba, no obstante, era la actitud, la ilusión. Se despidió en clima de éxito.

“Al pan, pan, y al vino, vino”. Hoy va de refranero popular el comentario. Pero viene de perlas la frase para definir el estilo directorial de Zubin Mehta. Su Séptima, de Beethoven, fue de una claridad meridiana. Precisa en el ritmo, vibrante en los contrastes, extrovertida en el espíritu. Tiene la gran virtud el director de Bombay de comunicar lo que quiere con la misma eficacia a los músicos y al público. Con una orquesta cumplidora, pero no excepcional, Mehta realizó una versión tan brillante como, en cierta medida, previsible. Alegre, más que entusiasta. Danzable, más que densa. El público, con la reina Sofía en primer plano, salió del concierto con las pilas cargadas.