El fuego se ensaña con Los Serranos
En la extinción trabajan 800 personas apoyadas por 42 medios aéreos “Si el monte estuviera limpio el fuego no iría tan deprisa”, se quejan los afectados
Los cazadores de Chulilla no salían de su asombro. No recordaban tantos jabalíes. En sus montes escarpados, entre las hoces por las que fluye el río Turia, los animales habían encontrado cobijo tras escapar del pavoroso incendio que arrasó los bosques de Andilla y Alcublas hace casi tres meses. Desde este lunes, el paisaje de Chulilla comparte el color de la desolación de las dos poblaciones vecinas, todas ellas en la comarca de Los Serranos, el pulmón verde de la provincia de Valencia, distante unos 60 kilómetros de la capital. El fuego ya había quemado más de 5.500 hectáreas, según explicó el consejero de Gobernación, Serafín Castellano, desde que se declaró el domingo por la tarde en los alrededores de la estación eléctrica de Chulilla.
Este es el tercer gran incendio que arrasa la masa forestal de Valencia. El primero tuvo lugar a primeros de junio en Benagéber y carbonizó unas 670 hectáreas. El segundo siniestro se produjo en la primera semana de julio. Con focos en los municipios de Cortes de Pallás y Andilla, las llamas devoraron unas 50.000 hectáreas, casi la mitad de todo lo que se ha quemado en España este año. Y el domingo prendió la chispa de esta tercera catástrofe en Chulilla. En total, este año se han quemado ya más hectáreas (superan ya las 55.000, superficie equivalente a la comarca de L’Alcoià) que en los 17 años que el PP lleva al frente de la Generalitat (54.948)
Aún se desconocen las causas de este incendio, si fue intencionado, o causado por una chispa que saltó, pero no hay duda de la magnitud del desastre. Las llamas se extendieron por la zona a una gran velocidad alimentadas por un intenso viento de poniente y agravadas por un calor sofocante con temperaturas superiores a los 30 grados el primer fin de semana de otoño. Y el lunes, el viento no amainó, sino que complicó aún más las tareas de extinción, multiplicando el fuego por diversos focos de la comarca, separados por varios kilómetros.
Este incendio, como en los otros registrados este verano, se produce con lo que se ha dado en bautizar como los tres treinta, es decir, temperaturas superiores a 30 grados (se llegó a los 34), rachas de viento superiores a 30 kilómetros (las rachas llegaron a superar los 60) y una humedad relativa inferior al 30% (20%).
Cerca de 2.000 personas fueron desalojadas de seis poblaciones (Chulilla, Gestalgar, Sot de Chera, Pedralba, Bugarra y Casinos) en la noche del domingo. Ayer, una parte de ellos empezó a regresar a sus casas, pero más de un centenar seguía alojado en el instituto de Villar del Arzobispo. La Generalitat llegó a reunir 42 medios aéreos y más de 800 hombres que, a media tarde, tuvieron que afrontar dos nuevos incendios en Riba-roja y Vilamarxant.
Para complicar más las cosas, poco después de las dos de la tarde se desató otro incendio en el término de Riba-roja de Turia, a unos 20 kilómetros de Pedralba. Según la primera investigación, podría ser intencionado. Obligó a desalojar a 70 personas de un colegio y anoche evolucionaba favorablemente. Sobre las 19.30, se declaró otro en Les Plantaes de Vilamarxant, municipio muy cercano a Pedralba y Riba-roja.
Paja para frenar la erosión de los suelos
El catedrático de Geografía de la Universitat de València Artemi Cerdà es uno de los mayores especialistas en erosión de suelos. Tras más de 20 años de estudio, considera que se han cometido muchos errores en la gestión de los incendios forestales.
“Hay que aceptar que habrá erosión, pero se trata de intentar reducirla a niveles similares a los de la propia naturaleza”, explica Cerdà, que advierte de que la introducción de maquinaria pesada y el caminar sobre las cenizas tras un incendio es un error.
“La colocación de paja en las zonas afectadas, desde el aire, y de balas de paja en el fondo de los caminos, puede evitar el arrastre de cenizas y tierra”, explica este especialista, que asegura que el fuego forma parte del ecosistema mediterráneo. “La vegetación se recupera con facilidad, tanto que podemos saber cuánto tiempo ha pasado desde que ha sufrido un incendio solo con observar las plantas”, prosigue Artemi Cerdà, que considera que el problema es que no existe una política de control, que permita incluso quemar de manera controlada pequeñas superficies para regenerar el bosque.
“Si no se adoptan medidas, de aquí a 20 años tendremos otras 50.000 hectáreas de bosque listas para quemarse”, señala este especialista, que indica que el problema de los incendios se ha agravado con el cambio de usos, el aumento de las temperaturas y el impulso de actuaciones de carácter electoralista que carecen de sentido. La ventaja es que la carrasca y el alcornoque rebrotan tras el fuego y las plantas que no pueden, germinan mejor, como el pino o la jara, indica.
El ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, no dudó en tachar la situación de “preocupante” y para evitar críticas como las recibidas en los incendios de Cortes y Andilla desplegó un arsenal de medios para combatir las llamas, ochos hidroaviones grandes, cuatro medios, tres helicópteros y dos brigadas completas, con cuatro helicópteros y un avión de observación. Estos efectivos, sumados a los reunidos por la Consejería de Gobernación, llegaron a sumar un total de 42 aparatos.
Cruz Roja mantuvo dos de los tres albergues montados el domingo. Un total de 221 vecinos desalojados de Gestalgar, Chulilla, Bugarra y Pedralba habían decidido pasar la noche en los albergues de Villar del Arzobispo y Vilamarxant. El albergue de Requena fue desmontado.
“Estoy hecho polvo. Ya no queda nada de la Pelma, de la zona recreativa donde había pinos centenarios que se salvaron del gran incendio en 1994”, se lamentaba Carlos Martínez, conductor de retroexcavadora de 25 años en paro y vecino de Chulilla. Carlos, junto con el amigo que lanzó la primera alerta por las llamas poco después de las cuatro de la tarde del domingo, formó parte de la brigada que intentó detener las llamas hasta que la Guardia Civil les ordenó evacuar la población.
Los ánimos están exaltados. Begoña, voluntaria y vecina, resumió un sentir a las puertas del instituto de Villar: “A lo que no hay derecho es a lo que se está haciendo con esta comarca. Hay dinero para la fórmula 1, para la visita del Papa, pero no hay para limpiar los montes y llevar rebaños. El viento es el viento, pero si el monte estuviera limpio, el fuego no iría tan deprisa”.
El sentir de las comarcas afectadas sigue estando en los antípodas del argumentario del Consell, cuyo consejero de Gobernación, Serafín Castellano, tras la catástrofe de Cortes y Andilla, declaró: “El Consell ha desarrollado una política responsable y vanguardista en prevención de incendios. No es cierta la afirmación de que la causa de estos incendios radique en supuestos recortes o en una inadecuada política de prevención de incendios”.
La oposición reprocha al PP haber reducido las 74 brigadas forestales de 2010 hasta las 43 actuales, y una mengua en los refuerzos de verano de casi un millar de personas en el conjunto de los colectivos que participan en la protección del bosque. También se le reprocha a los populares haber suprimido la línea del Pamer que permitía contratar 2.100 desempleados al año para limpiar el monte.
Isabel, de 78 años, sólo pudo llevarse de su casa una bolsa con medicamentos
Juan Mira, de 82 años, y su esposa Isabel, de 78, también pasaron la noche en Villar del Arzobispo. “Vinimos en un autobús y no hemos pegado ojo”, decía él. “No me dejaron tiempo ni para coger mi peine”, se lamentaba Isabel. “Solo pude coger mis medicinas”, añadió mientras apretaba una bolsita de plástico.
En el interior del instituto, con un bebé de seis meses en sus brazos, Amparo Esteve, de 30 años, recordaba: “Ha sido horrible, el humo no nos dejaba ver nada, pero yo me fui de mi casa porque tengo un bebé, si no, no me voy”.
Algunos vecinos consideran que los medios antiincendios tardaron demasiado en atacar el primer foco. “Pasó más de una hora y media desde que se llamó”, apuntó uno de ellos, que no quiso dar su nombre.
El alcalde de Gestalgar, Raúl Pardos, del PSPV, criticó la falta de medios que había este domingo en el momento de declararse el fuego. En cambio, los alcaldes de Chulilla, Enrique Silvestre, y de Pedralba, Roberto Serigó, ambos del PP, aseguraron que el viento hizo “imprevisible” la dirección de las llamas y que la virulencia alcanzada “hizo imposible hacer más”.
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