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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Política en movimiento

Las elecciones que se avecinan han de servir para enseñar las cartas y mostrar las proporciones de cada quien

Joan Subirats

La trascendencia y gravedad de los grandes cambios que sacuden nuestras vidas y que afectan a pautas y maneras de hacer que creíamos estables no pueden dejar indiferente a nadie. La presión sobre las personas, sobre cada una de ellas, es creciente, y los signos de esperanza, de que las cosas se enderecen, escasos. Las respuestas de cabreo, de reacción ante las medidas que deterioran las condiciones de vida, los salarios, las prestaciones sanitarias y educativas, son totalmente comprensibles e incluso necesarias, pero le dejan a uno con la sensación de que no acaban de dar respuesta a lo que viene, a lo que ya está aquí. Nada podrá seguir como antes.

Tantos años hablando de lo bien que lo habíamos hecho en la Transición, de lo modélica que era nuestra democracia, para darnos ahora cuenta de que ni el Rey, ni el Parlamento, ni el sistema autonómico, ni la justicia, ni los partidos ni los sindicatos están a la altura de las exigencias del nuevo escenario. Y no hay nada peor que parapetarse en la Constitución, la ley y las fuerzas del orden, respondiendo así con rigidez a una realidad que requiere flexibilidad y capacidad de adaptación de normas y personas. No hay más que ver la utilización que se hace de la Constitución como barrera infranqueable, cuando lo que define un buen texto constitucional es su capacidad de durar, adaptándose a los cambios. O la pulsión centralista del señor Wert ante lo que califica de “dispersión autonomista”, confundiendo una vez más diversidad con desigualdad e igualdad con homogeneidad.

Por fortuna, hay signos esperanzadores en las periferias institucionales. Tuvimos un buen ejemplo de ello con el 15-M y sus secuelas posteriores, que han dejado poso y aseguran continuidades. Y lo tenemos también en la movilización del 11 de septiembre en Cataluña. Son expresiones, distintas pero paralelas, de movilizaciones civiles que trasladan temas y proyectos con formatos y maneras de hacer no convencionales, aprovechando las oportunidades que la nueva realidad digital y comunicativa ofrece. Su fuerza reside, en buena parte, en su capacidad de ser expresión autónoma de reivindicaciones no vehiculadas y capitalizadas directamente por partidos políticos e instituciones. Se nutren de entramados civiles y sociales y tejen complicidades y adhesiones difícilmente encuadrables en una sola organización. Muestran que hay política más allá de las instituciones y de los partidos. Y señalan nuevos caminos que recorrer por esas mismas instituciones y partidos. Abrirse, desencastillarse, permeabilizar sus fronteras y aprender a trabajar con lógicas menos jerárquicas y clientelares.

La gran movilización civil del 11-S ha sido acogida con tiento y tacto por parte de quienes han entendido la potencialidad de las expectativas generadas. Las cosas no pueden seguir como estaban. Dicen que Bankia necesita 25.000 millones para estabilizarse. Más del doble de lo que se proponía con el pacto fiscal. La lamentable carta del Rey o el nuevo portazo de Rajoy, endulzado con la promesa de otra capa de pintura al maltrecho sistema de financiación para el año que viene, confirman que no hay solución en el actual orden institucional. La independencia se abre paso como solución, aun cuando los interrogantes que la acompañan sean tan grandes como el movimiento social que la sostiene. Las elecciones que se avecinan han de servir para enseñar las cartas, discutir contenidos y mostrar las proporciones de cada quien. No pueden ser solo plebiscitarias. Pero, de lo que ya nadie puede dudar es de que la política en el siglo XXI ha cambiado de tablero de juego y que las piezas de siempre no pueden solo remozar su apariencia. La gente exigirá, con razón, concreciones y compromisos, y solo mantendrán su legitimidad maltrecha los políticos, los partidos y las instituciones que sepan entender las exigencias de los nuevos tiempos. La democracia actualmente existente necesita ponerse al día, y en España ello pasa por abrir un proceso constituyente y en Cataluña por un referéndum que permita que la gente se exprese con libertad sobre dónde y de qué manera quiere estar. No hay mucho tiempo para ninguna de las dos cosas.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la UAB.

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