El plan maestro de la presidenta
Con su dimisión, Aguirre cumple el último punto de una hoja de ruta que empezó a trazar poco antes de las últimas elecciones autonómicas
Cuando ayer, una vez más, probablemente la última, Esperanza Aguirre cambiaba el paso de su Gobierno, de su partido y de toda la prensa nacional, simplemente estaba cumpliendo el último punto de una hoja de ruta que empezó a trazar poco antes de las últimas elecciones autonómicas, cuando un diagnóstico de cáncer sacudió de golpe su escala de prioridades. Era febrero de 2011, la crisis ya había hecho mella en España, y la reválida de su tercera legislatura autonómica se aproximaba mientras Rajoy consolidaba su liderazgo ante un Gobierno socialista atenazado. El tratamiento retiró a la presidenta unas semanas y desató los primeros rumores sobre su continuidad. Pero Aguirre regresó, revalidó con la mejor nota de la historia su hegemonía electoral en Madrid y afrontó con un Gobierno reducido una primera oleada de recortes que en varios aspectos (particularmente en la función pública) marcó la pauta de los acometidos después por el Gobierno central.
Consolidada la legitimidad electoral, la presidenta acometió la otra consolidación pendiente: la de su número dos, Ignacio González, al frente del PP de Madrid y del Ejecutivo regional a costa de Francisco Granados, el secretario general que también había desaparecido abruptamente de su último equipo de Gobierno. Quizá liberada de las servidumbres de un futuro político ya descartado, Aguirre se permitió poner voz, antes y después de las elecciones generales, al ala dura del PP justo cuando desde Génova más se cuidaba el eufemismo en materias como el copago sanitario o la subida del IVA que ella tanto combatió.
El pasado martes, cuando pronunció su último discurso como presidenta abrazando más que nunca la fe liberal, hubo quien echó de menos anuncios de Gobierno. Ahora sabemos que lo que quedó grabado en el diario de sesiones es su legado político.
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