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DÍAS DE DIVERSIÓN

Una tarde plomiza

Fandiño, en un quite a su primer toro, en Vista Alegre.
Fandiño, en un quite a su primer toro, en Vista Alegre. F. D.-ALDAMA

La tarde comenzó plomiza, con el cielo encapotado y unas gotas de agua en la salida del primer toro, que no volvieron a aparecer y dejaron tranquilos a los espectadores en su trajín de chubasqueros multicolores de todoacien.

Según salieron los toros de Alcurrucén la tarde pasó de plomiza a plomazo. Había que verlo para creerlo, pero la ganadería triunfadora del año anterior sacó unos ejemplares que desmerecieron a la confianza con la que acudieron los aficionados a Vista Alegre.

Si algo caracteriza al hierro de Alcurrucén es su casta, con problemas a veces, pero el desfile de mansos que se vivió en Bilbao no cabía en la peor de las quinielas. Descastados desde que pisaron el ruedo, se frenaban en el capote, huían de los caballos y acababan rajados en tablas impidiendo cualquier esfuerzo de los matadores.

Porque los diestros lo intentaron a conciencia. Enrique Ponce estuvo aseado, pero sin apretarse en el primero y en su segundo se puso muy pesado ante un rajadísimo de Alcurrucén de pobres hechuras, al que sólo le salvaba su espectacular cornamenta.

Perera se reivindicó cortando una oreja de cada toro

Perera se inventó dos faenas y cortó dos orejas, de las cariñosas, de agradecimiento por el esfuerzo mostrado. Para ello, sacó una encomiable técnica para ligar las series, casi siempre despegado y en ocasiones muy ceñido. A su inválido primero lo mantuvo en pie con inteligencia y en el quinto calentó al público con su inicio vibrante en los medios y con series en las que tuvo interés; fue el único animal que sacó clase a la hora de tomar la muleta. El extremeño lo puso todo y mereció la recompensa en el quinto.

Iván Fandiño también porfió con un lote deslucido. Le tocaron los toros más incómodos, porque se movieron más que sus hermanos, pero con la misma poca clase. El vizcaíno realizó un ceñido quite por gaoneras en el segundo de la tarde, pero cuando tomó la muleta no se sintió a gusto. Estuvo entregado, pero no pudo meter en su muleta a los mansos que le tocaron más que en dos buenas tandas de derechazos al tercero. Cuando el toro se vio vencido, evitó la pelea.

De nuevo una corrida muy terciada, sin trapío para Bilbao, toros escondidos detrás de unas cornamentas vistosas que taparon su pobre presencia. A ello, se sumó su mansedumbre y falta de casta.

Fue para grabar un documental de mansedumbre, con los toros rehusando de los capotes, emplazados en los medios de salida, con carreras desordenadas hacia los caballos y evitando volver al picador después de ser heridos. Y, por si faltaba algo, no tuvieron ni picante. En resumen, que el mayor aplauso de la tarde debió llevárselo aquella voz que salió desde el tendido 6 aseverando: “¡Ganadero, vaya cabras!”

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