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Por el agua en busca del fuego

Las salidas nocturnas en piragua por la Ría se reinventan en Aste Nagusia

Piragüistas en la Ría en una de las actividades de la Aste Nagusia.
Piragüistas en la Ría en una de las actividades de la Aste Nagusia.F. D.-ALDAMA

En bañador y chancletas, entre ciudadanos con corbatas, camisas, vestidos y tacones, un grupo de piragüistas llega a cuentagotas al lugar de reunión. Acceden a través de un hueco en una valla de metal que separa dos conceptos de ocio nocturno en la Ría durante Aste Nagusia. Los mejor vestidos cargan bolsas y bolsas de bebida y han alquilado un barco en el que empezar la fiesta desde el Espacio Karola. Los de bañador irán remando en busca de los fuegos artificiales.

Se apuntó una veintena, se presentan 14. “A 20 euros por persona, hemos perdido 120”, lamenta Txomin, que lleva cuatro años en Bilbobentura organizando esta actividad. “No pedimos señal. Somos una empresa pequeña y nos fiamos, pero eso va a cambiar”, indica. La inminente subida del IVA en los servicios de Bilbao Kirolak, del 8% al 21%, les va a afectar aún más en un año en el que ya han notado el bajón de las colonias de verano.

En el grupo de hoy casi ninguno había montado antes en piragua. Es el perfil habitual. Los botes son estables y unas breves nociones básicas —“podéis hacer el tonto, pero tenéis que hacerlo mucho para volcar”— son suficientes. Al meterse, las aguas se agitan por el paso del Txinbito, más que un barco, una discoteca flotante al estilo ibicenco. “En Aste Nagusia ves de todo por la Ría. Hay mucho tráfico, sobre todo por los fuegos”, afirma Txomin. Se insiste en que vayan juntos por la derecha.

Desde el agua se abre otro punto de vista de la ciudad en fiestas

Con el grupo navega Elantz, un monitor de 21 años al que no le importa trabajar en fiestas: “Ahorras si no pasas por las txosnas”. Txomin controla a los rezagados en zodiac. Junto al Guggenheim se topan con una barca de pedales, una chabola inestable desde la que cuatro chavales lanzan globos de fuego al cielo, aplaudidos desde las orillas. Se acercan las mareas vivas de septiembre y el nivel del agua está alto, casi a ras del gentío que atesta los paseos de Botica Vieja y Uribitarte.

Las salidas en Aste Nagusia son ruido y estímulos. Fuera de las fiestas todo es silencio; solo se escucha la pala rasgar el agua. “Normalmente les contamos curiosidades, porque aunque la mayoría son de Bilbao, desconocen muchas cosas”, dice Txomin. Como los lobos que guardan los bajos del puente de San Antón o que los números grabados señalaban dónde atracaban los barcos. Desde el agua se abre otro punto de vista.

Hoy hay que remar rápido; los fuegos no esperan. En 40 minutos el grupo llega al pantalán de Pío Baroja. Desentumecen brazos y piernas subiendo a por un bocata y una cerveza. “El agua está más limpia de lo que pensábamos”, comentan. “Ha sido fácil, cualquiera puede”, cuentan Carolina y Pepón, una pareja de Santander con ganas de volver al muelle del Museo Marítimo para cambiarse las ropas empapadas.

Suena el primer aviso, se apagan las luces. Unos eligen el vaivén del pantalán, alejados de la multitud de arriba. Otros se reclinan en las piraguas amarradas para admirar la exhibición pirotécnica por partida doble. Los colores estallan en el cielo y sus ecos se reflejan distorsionados en el agua. En medio flota la piragua, vibrando en cada estallido. Entre el castillo de fuegos artificiales se escucha a una pareja de improvisados piragüistas: “Esto, ni en Venecia”.

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