Trias busca poner fin a su minoría
El alcalde explora un pacto estable con el PSC como principal candidato
PAM es una sigla que pasa desapercibida para la mayoría de los barceloneses, pero que marcará la agenda política de este otoño. Corresponde a las iniciales de Programa de Actuación Municipal y, en lenguaje de mortales, es la hoja de ruta del mandato. CiU, con 14 concejales, necesita un socio para aprobarlo. Solo el PSC (11 ediles) o el PP (9) le brindan la posibilidad de sobrepasar los 21 votos, la mayoría. De ahí que el alcalde, Xavier Trias, negocie con los líderes de ambas fuerzas un posible pacto, que ha de concretarse en las próximas semanas.
Ambos escenarios, la sociovergencia y la alianza con la derecha, tienen consecuencias dentro y fuera de la ciudad. Y, aunque los responsables políticos lo nieguen, están sujetos a lo que pasa no solo en el Parlament, sino también en la madrileña calle de Génova, sede del PP. Trias lo tiene difícil para pactar, pero ya ha probado en carne propia qué es gobernar en minoría. Hasta ahora ha logrado arañar apoyos concretos, a veces con Jordi Martí, la mayoría con Alberto Fernández Díaz, pero los dos le han dicho que ha llegado la hora de mojarse. Antes del verano, las ruedas de prensa de ambos eran un bucle con una idea: o él o yo.
El problema es que el PAM no es un acuerdo cualquiera. El texto plasma eso que llaman “proyecto de ciudad” y darle apoyo mina la posibilidad de hacer una oposición nítida. De ahí que esté en un mismo paquete con las cuentas del próximo año. E, incluso, puede suponer la entrada en el gobierno como recompensa por darle mayoría a Trias. Pero, al mismo tiempo, es un golpe psicológico para los convergentes: tras 32 años de lucha para conquistar Barcelona, las decisiones quedan en manos de un tercero.
Los presupuestos vigentes los pactaron CiU y PP el pasado diciembre. Desde entonces, los populares han sido su muleta en la mayoría de las ocasiones. No pocas veces, sin embargo, esa mano ha pasado de auxiliar a abofetear. El sector más soberanista de las filas de Trias —Joaquim Forn, Jordi Martí Galvis y Jaume Ciurana a la cabeza— no ven con buenos ojos un pacto con el PP. De hecho, ellos fueron los grandes responsables de que la más que segura entrada en el gobierno de Alberto Fernández Díaz terminara en fracaso. Los coqueteos entonces, muy alentados por Unió, tenían sentido cuando el Ejecutivo de Mariano Rajoy engrasaba la máquina para llegar al poder. Ahora el panorama ha cambiado con el sfumato soberanista que dibuja CiU y que enerva a los populares. Por añadidura, el Gobierno central da el mismo trato a Barcelona, a pesar de su solvencia, que a otros Ayuntamientos muy endeudados.
Las negociaciones con el PSC, por otro lado, se han escenificado en reuniones desde mayo. La próxima, el miércoles, sentará probablemente las bases para un acuerdo que algunas fuentes consideran “no muy lejano”. En el pleno de septiembre, después de la Mercè, todo debería estar atado. El PSC, por ejemplo, ya ha entrado a hablar de inversiones. La pregunta dentro de CiU es qué recompensa debe obtener el socialismo. Jordi Martí se enfrenta, en su deseo de pactar con CiU, a la federación de Barcelona, que pide una oposición pura y dura.
Hay otra posibilidad. Se puede gobernar sin PAM. Según un dictamen jurídico del propio Ayuntamiento, eso es posible “siempre y cuando el Gobierno haya agotado, sin éxito, todas las posibilidades de aprobación del programa que ha confeccionado”. Trias, que tanto criticó al PSC cuando Jordi Hereu no lograba pactar su programa en 2008, sería incoherente si cae en la tentación de retirarlo. El PP le ha mostrado el camino y hasta le ha dicho que se puede hablar de las cuentas de 2013. Pero sería una derrota moral para CiU, que ha pasado este año trabajando en los PAM y su versión para los distritos, PAD.
Si el PSC se abstuviera en la votación —con PP e ICV-EUiA en contra —, los votos de la coalición entre Jordi Portabella y Joan Laporta darían mayoría simple al PAM. Es un protagonismo, al menos en el papel que el PP ya ha dicho que no quiere. Y de entrada, la pérdida de centralidad que un líder novel como Martí no necesita para hacerse conocer.
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