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FERIA DE MÁLAGA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Juego de tronos

Es una delicia ver juntos en el ruedo a Hermoso de Mendoza y Diego Ventura

Antonio Lorca
Hermoso de Mendoza, ayer, en la Plaza de la Malagueta.
Hermoso de Mendoza, ayer, en la Plaza de la Malagueta.HUGO CORTÉS

En la cima del toreo a caballo se dirime una estrecha competencia por el trono entre un veterano caballero que es adalid de la pureza y un joven maestro, exponente de un espectacular clasicismo, que trata de hacerse un merecido hueco en la silla regia. No lucen unos físicos olímpicos ni pectorales gimnásticos, pero guardan en sus corazones las medallas de la más pura torería. Y hay un tercero, un chaval con cuerpo y cara de niño, que los mira de tú a tú y aguarda agazapado el más mínimo descuido para encaramarse en todo lo alto.

Es una verdadera delicia ver en el ruedo a esos dos ‘monstruos’ del rejoneo actual, Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura, dos tauromaquias distintas, que convergen en la búsqueda permanente de la perfección. El primero es la elegancia, la solera, el magisterio, la solemnidad. Hermoso ha alcanzado el máximo nivel del toreo a caballo, y da la impresión de que puede aspirar a metas distintas aún sin explorar. Ventura es puro nervio, la espectacularidad en estado puro desde el respeto al clasicismo. Su carrera es de una admirable progresión, de tal modo que, en muy poco tiempo, ha lanzado su candidatura para sentarse en el trono.

Es lógico que ambos conciten la atención de los públicos porque son la expresión, primero, de la competencia en el ruedo; y, después, exponentes de la calidad y la emoción del toreo a caballo.

Hermoso solo pudo cortar una oreja, pero da igual. Toda su actuación, especialmente en el primer toro, fue la lección magistral de un torerazo. Sin aspavientos, sin una carrera de más, con parsimonia, protocolo y majestad, colocó rejones de castigo con Villa, que se permite detener su marcha cuando el toro lo persigue; se lució en banderillas con Manolete, que es una maravilla templando a dos bandas; o con Ícaro, que baila literalmente al ritmo de la música y desafía al toro con su mirada. Falló con el rejón de muerte en el cuarto, pero allí quedó otra demostración de conocimiento y poderío. En esta ocasión, paró al toro en un palmo de terreno con Estella; templó a la perfección con Chenel, un caballo torero de época, y colocó un par de banderillas cortas montando a Pirata. El premio quedó en una ovación tras un pinchazo hondo, pero lo que quedó, de verdad, es el regusto de haber gozado, una vez más, con la maestría de un caballero que ha dado alas al rejoneo moderno desde un trono que ocupa con una merecida y reconocida autoridad de maestro.

Hermoso, serena madurez; Ventura, espectacular clasicismo; Hernández, decisión y entrega

Pero Diego Ventura no pierde punta, y lleva algunos años rondando la cima, haciendo méritos extraordinarios para que se le reconozca como lo que es, un caballero que bebe en las fuentes clásicas, sin olvidar la comunicación con el público. Y esta es, quizá, la diferencia que le separa de Hermoso, que no siempre supera ese punto de frío hieratismo de su buen gusto. Ventura cuenta, como su compañero, con una cuadra excepcional, pero tiene la virtud de que alcanza una rápida conexión con los tendidos porque es puro nervio y vive con auténtica pasión lo que en Hermoso es serena madurez.

Otra solitaria oreja ganó Ventura, lo que no evitó que entusiasmara a los tendidos en el tercio de banderillas, en las cortas al violín, y, por encima de todo, templando con Nazarí y luciéndose con Oro, que se adorna a pie cojito. Le pidieron con fuerza las dos orejas, pero la presidenta, con buen criterio, solo concedió una, lo que motivó que el caballero diera una segunda vuelta al ruedo por su cuenta y que la señora se ganara una sonora bronca. El mismo nivel mantuvo en el quinto, pero mató mal, y todo se redujo a una ovación.

No se dejó ganar la pelea el joven Leonardo Hernández, consciente de la difícil papeleta que el destino le ha deparado frente a sus compañeros. Es todo decisión y entrega, y de este modo se sobrepuso a la mansedumbre del tercero, que salió olisqueando el albero y huyó de su propia sombra, y al que consiguió hacerle la faena que no tenía. El toro, muy parado, no le permitió una gran brillantez; pero se sobrepuso en el sexto y consiguió la oreja que lo equiparaba con los maestros.

Los tres fallaron a la hora de matar, que es el talón de Aquiles del toreo a caballo. Los tres clavaron de forma muy trasera y escasamente ortodoxa, pero ya se sabe que al público lo único que le interesa es que el toro se derrumbe cuanto antes. El duelo por el trono continúa.

San Pelayo/Hermoso, Ventura, Hernández

Toros despuntados para rejoneo de San Pelayo y San Mateo, bien presentados, mansones y manejables. Muy parado el tercero.

Hermoso de Mendoza: rejón trasero y caído (oreja); pinchazo hondo y un descabello (ovación).

Diego Ventura: rejón trasero y caído (oreja); pinchazo, rejón trasero y descabello desde el caballo (ovación).

Leonardo Hernández: rejón muy trasero, tres descabellos _aviso_ y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo muy trasero (oreja).

Plaza de la Malagueta. 19 de agosto. Décima y última corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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