El beneficio de la duda
Galicia asiste sin mucha fe al último sainete feijoniano: reducir el número de escaños
Entra en el cuerpo un poco de repelús por la que se está liando este mes de agosto. Los políticos y los aeropuertos revelan que este país en quiebra se marcha olímpicamente de vacaciones. Una desbandada en chanclas. Lo que es un comportamiento singular si nos atenemos a una proverbial costumbre norteamericana: por allí, nadie se mueve en año de elecciones, no vaya a ser que a la vuelta hayan cambiado los Estados de sitio y los comunistas hayan entrado por Nueva Inglaterra. Aquí no se guarda ni el tarro de la mermelada.
Aquí por la Celtiberia hay indicios de que nadie se ha olvidado de que también contamos con el Tea Party en el poder, pero a la española, aquí se toman un fino a la salud de Gordillo y mandan la ley del aborto a un juez del Opus para que le dé forma al feto que bastante han sufrido ya los sin vida. Y si el tiempo lo permite, a los toros, que es fiesta de interés cultural, lo dice hasta Vargas Llosa, el último coloso nacionalizado. Y anuncian los del Mihura y la Santamaría consejo para los últimos días de agosto, que es como decir que toca vuelta al cole con el uniforme correspondiente. En esa preocupación mesiánica —más por los sin vida que por los sin papeles— parece estribar la cuestión de principios. El país-como-Dios-manda va poco a poco aflorando en la tertulia y en el medallero olímpico con ese chándal ruso que parecían todos de los tercios de Flandes. Libros y material escolar de estreno con el 21% de IVA, autónomos con la rodilla doblada y los ERE, erre que erre, dando lustre a esos piratas del momento que siguen generando el único beneficio interior bruto: el beneficio de la duda. Miren si no que hasta las cremas hidratantes que miles de ciudadanos de ambos sexos utilizábamos con la creencia jacobina en las marcas blancas parecen que combinan dos elementos cancerígenos y están ya como la mayor parte de la banca en la lista de sospechosos habituales. Que hasta ahí llega la desafección, hasta la piel, que ya es metáfora cutánea, alopecia de muchos.
Poco a poco el Gobierno popular va armando el petate: sigue sin pedir rescate confundiendo una semana sí y otra también a los que siguen la jugada financiera en Bruselas, y una semana Bankia repunta y otra se hunde mientras la cortina de humo alcanza al alcalde de Marinaleda. Y con esas barbas agrarias no podemos pedir un rescate, con esas costumbres de saquear los supermercados no salimos de pobres, comenta la parroquia sancionando por doquier la baja estofa de la afrenta. Y, sin embargo, qué cruenta y oportuna parábola la que nos remiten desde el Sur latifundista que parecen los tiempos de Faulkner del ruido y de la furia. Ese levántate y anda, que es como empujar la silla del ministro alemán de Finanzas por las estribaciones de Despeñaperros. Esa hondonada de reapariciones de otro tiempo con el santoral de la guerra de los ricos contra los pobres, que así de fácil se adivina la película de neorrealista blanco y negro con jornaleros y banqueros.
Ya digo, la cosa se pone teológica y jonda hasta el punto de que el púlpito de los políticos parece un tanto alicaído en comparación con esos tribunos agrarios que caminan entre las zarzas y los rastrojos acusando a los banqueros del pecado mortal de la soberbia. Habrá que volver al Libro de Job, habrá que sacarle las telarañas al Manifiesto Comunista, que tanto se vendió en la última Feria del Libro de Madrid.
Reaparece Gordillo en el mapa del trending topic al mismo tiempo que Amancio Ortega en la bola de cristal de Forbes y hay tal vez otra visión del medallero y del santoral. ¿Por qué, Cristo bendito, está tan mal repartida la riqueza? ¿Qué caridad cristiana niega el sustento a esos desocupados de larga duración a punto de ser laminados por la división de choque alemana que sigue creyendo que en España se duerme la siesta debajo de los olivos?
Van las comitivas repartiendo su monserga en distintos puntos del Estado: mineros de Asturias y León en las carreteras, Catalunya que prepara su oposición a Derecho Fiscal, Euskadi que vela por la vida de un prisionero… Galicia, mientras, asiste sin mucha fe, al último sainete feijoniano. Reducir el número de escaños. Aunque esta vez el conejo del truco puede huir despavorido.
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