El baúl es también una tumba
El festival Fringe termina hoy su primera edición en el Cuartel del Conde Duque
Miquel Fiol, un inquieto artista mallorquín que ya trabajó con Sol Picó y también en una producción del Gran Teatre del Liceo de Los músicos de Bremen, posee nervio e histrión, es imaginativo y se adentra en los personajes con entrega. Cree en lo que hace a conciencia, y eso lo valida.
La virgen del moñeko es una performance de danza imaginada en el fascinante mundo de los muñecos, ese ambiente que desde el apogeo de los autómatas del siglo XIX sigue fascinando a los coreógrafos (y a los psiquiatras), y con ella se cierra el apartado de danza del primer festival FRINGE madrileño, que acaba hoy domingo. El programa ha sido irregular, pero deja con esta fresca iniciativa acaso la noción de que se debe mejorar en casi todos sus aspectos formales, pero hacerse.
Para los perseguidores de tendencia, la performance de objetos está superada; no es exacto. Se superó, eso sí, ese largo periodo en que se castigó al espectador con todo tipo de cacharrería y parafernalia física. Ahora Fiol (una especie de Doctor Coppelius) y Anglada (un tipo especial de muñeca Swanilda que se comporta díscola como era de esperar) recrean un mundo secreto, de armario adentro.
La bailarina lleva en su pie izquierdo una zapatilla de punta de ballet y en el derecho, un zapato de grueso tacón. No veía este crítico esa combinación desde hace más de 20 años, cuando el coreógrafo cubano Alberto Méndez experimentó en un salón de ensayos de Madrid con Maya Plisetskaia. La cosa no fructificó.
Como casi siempre en este tipo de ritual o juego, se esconde sumariamente un drama, o varios. Está el casi clínicamente perfecto de Peter-Pan, negado a crecer, o de los que, en una doble vida también muy elaborada, pasan de la realidad adulta (y pública) a la casa de muñecas (privada). Y como en todo terreno de invención, hay una amarga soledad presente, sea a pilas o solamente sostenida por el vacío perdedor. Esa tensión se establece.
El suelo de la sala, que no es ni por asomo el apropiado para el baile, resbalaba muchísimo y eso limitó y contuvo algunas evoluciones de los artistas; la sátira de los bailes de salón resultó un descacharrante número en tono de farsa que contagió al público.
Fue precisamente Méndez el creador de un pas de deux premiado en todo el mundo: Muñecos, con el mismo final trágico, un resultado de muerte shakesperiana que aquí incluye el aparatoso suicidio de la muñeca, su negativa a volver sola a un baúl que es también tumba.
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