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El olímpico que no pudo regresar

Alejandro Febrero falleció en 2010 sin cumplir su sueño de volver a Londres

Alejando Febrero, en su casa en la Costa da Vela, en O Morrazo, en agosto de 2008.
Alejando Febrero, en su casa en la Costa da Vela, en O Morrazo, en agosto de 2008.LALO R. VILLAR

El histórico nadador Alejandro Febrero era hasta hace dos años el único superviviente gallego de la olimpiada de Londres 48. Nacido en Madrid pero criado y forjado como nadador en Vigo, Febrero soñaba con volver a Londres este verano pero su ilusión se la llevó por delante una leucemia galopante en agosto de 2010, hace justo dos veranos. Febrero representaba la última estirpe de una casta de deportistas a los que el manoseado calificativo de la épica se le quedaba pequeño, enfrentado a la aventura de asistir a aquella olimpiada mítica. Fue la primera después de la Segunda Guerra Mundial y la que retomaba la llama olímpica desde Berlín 36.

Dos años antes de morir, Alejandro Febrero narraba para este periódico su llegada a Londres y las penurias del deporte en aquella época de posguerra. “Cuando llegamos a Londres todo nos parecía asombroso, aunque éramos conscientes de que eran unos Juegos especiales y muy austeros”, rememoró Febrero, que por primera vez nadó allí en una piscina cubierta. Además del retorno de la competición olímpica, aquel evento fue también el primero que se retransmitió al mundo en directo por televisión. Febrero se asombró “contemplando a una leyenda como ya era Emil Zatopek, la locomotora humana”, el atleta checo que ganó dos oros ese año.

El nadador vigués narró en 2008 las peripecias de los Juegos de 1948

Las huellas de la reciente guerra mundial estaban muy presentes en Londres y así lo recordaba el histórico deportista: “Había muchos edificios dañados por las bombas, solares vallados y manzanas enteras derribadas”. La guerra estaba tan presente que hasta se reciclaban instalaciones como espacio para dormir, “ni más ni menos que barracones que habían sido utilizados por las fuerzas aliadas”. En esa época ser deportista era poco menos que una rareza y a los olímpicos españoles el franquismo no les concedía ninguna prebenda. “Ni siquiera quedabas liberado de la mili, que duraba 30 meses, aunque me dieron un permiso indefinido para ir a Londres”, narró en su día el nadador. Alejandro Febrero también recordaba con lucidez la compensación que le dieron en Londres 48 y en qué gastó el dinero. “No cobrábamos un duro, pero en Londres nos dieron 20 libras de dietas que me parecieron un dineral. Fuimos a los almacenes Harrod’s y gasté todo en un bote salvavidas y una tienda de campaña, que eran excedentes de guerra”, rememoró el deportista, que se aficionó a la natación por un ídolo infantil que asombraba en el cine de la época: Johnny Weissmuller y sus películas de Tarzán.

El camino de Alejandro Febrero hasta Londres 48 es una historia entre lo penoso y lo grotesco. Hijo de un ferroviario socialista suspendido de empleo y sueldo por participar en el 34 en una huelga en Vigo, su padre fue forzado a un cambio de destino. La familia tuvo que trasladarse a un pequeño pueblo de Salamanca llamado La Fuente de San Esteban. En Vigo había mar por todas partes, pero allí el río más cercano estaba a 10 kilómetros, y las condiciones de entrenamiento eran penosas: “Nadaba en una charca que era un abrevadero de ganado, tuve la mala suerte de tragar agua y me provocó una infección que me paralizó un pulmón durante un mes”.

“Entrenaba en el mar, calculando
la distancia entre las bateas”

Ya en ese momento había debates sobre la vestimenta, en una época en la que se dio el paso de los bañadores de cuerpo entero al sleep. “Nos hicieron una foto para Marca, pero después la pintaron por encima como si llevásemos bañador de cuerpo entero. Había un excesivo pudor”, recordaba con humos y buena memoria este vigués, fallecido en 2010 a los 85 años.

Febrero consiguió su pasaporte a los Juegos tras quedar subcampeón de España en los 400 y los 1.500 metros, en las pruebas celebradas en Canarias en 1947. El barco tardaba entonces una semana en hacer la travesía. “No había piscina y corríamos en cubierta para entretenernos mientras respirábamos un olor a gasóleo nauseabundo”. En Vigo había comenzado la aventura de ser nadador entrenándose en una playa que hoy es un relleno, muy próxima a una de las desembocaduras del alcantarillado de la ciudad: “Un lugar de mínima salubridad, pero era lo que había”. En esa época en Galicia sólo existía la piscina de la Solana, que estaba en A Coruña. “Llegué al Campeonato de España y sólo había nadado en esa piscina. Yo me entrenaba en el mar, poniendo bateas cada 33 metros y calcular así unos 100 metros en tres largos. El problema es que en el mar el agua estaba helada, igual a 12 o 14 grados, y sólo entrenábamos los meses de verano y el resto del año invernábamos”, explicó en su día este nadador que hasta poco antes de fallecer nadaba casi a diario en el Náutico de Vigo.

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