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Los mismísimos reyes del mambo

Pink Martini, durante su actuación en el teatro circo Price de Madrid.
Pink Martini, durante su actuación en el teatro circo Price de Madrid.KOTE RODRIGO (EFE)

Por fin un llenazo para estos Veranos de la Villa, con profusión de gente guapa y sonrisas radiantes en el Price. El milagro corrió anoche por cuenta de Pink Martini, una pequeña orquesta de salón (doce músicos, la tercera parte percusionistas) empeñada en que casi todas las piezas de su repertorio superen el medio siglo de antigüedad. Son modernos y vivificantes de puro demodés; o, mejor dicho, atemporales. Porque se aferran a un cancionero tan variado e incombustible que nos sobrevivirá a los allí presentes.

El jefe de la banda, el risueño Thomas Lauderdale, toca el piano con simpáticos aspavientos, aleteando las manos como si fuese un dibujo animado. Pero la indiscutible reina de la fiesta es Storm Large, mujer rubia, estilosa, expansiva, bailonga, refulgente. Su talento como cantante es un escándalo solo equiparable al tamaño de ese tatuaje (LOVER) que lucía de hombro a hombro. Resulta milagroso descubrir nuevos matices en una pieza tan trillada como Quizás, quizás, quizás, pero ella los encuentra. Y sale airosa de todo lo demás: chanson, canción italiana, balada rumana, samba, género lírico o una conmovedora lectura del bolero Piensa en mí.

Los Martini se atreven con docenas de géneros e idiomas gracias a un talante rigurosamente desenfadado. Presumen de festivos, invitan a un baile intergeneracional en el que nadie mira de soslayo a nadie, rehúyen las complicaciones estilísticas y evitan el peligro del pastiche gracias a ser endemoniadamente buenos. Muchos cantan (inolvidable el ¿Dónde estás, Yolanda? del percusionista japonés Timothy Nishimoto), todos se vuelcan (preciosa la voz del trombonista Robert Taylor en Veronique) y ese compromiso con el espectáculo los convierte en los mismísimos reyes del mambo, en un invento adorable. Su apertura de miras serviría de banda sonora para un mundo más tolerante, comprensivo, plural y feliz. Y más de un ministro, comenzando por el de Justicia, debería escucharlos en su despacho.

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