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“El gran incendio del año 1986 no fue ni la mitad de esto”

Los habitantes del Alt Empordà se vuelcan en la lucha contra un incendio sin precedentes El paso de las llamas deja un paisaje desolador en la comarca Bomberos llegados de toda España se sumaron a las labores de extinción

Clara Blanchar
La humareda del incendio del Alt Empordà llegó ayer hasta Barcelona.
La humareda del incendio del Alt Empordà llegó ayer hasta Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

Hay una frase que lleva un día y medio en boca de los habitantes del Alt Empordà: “El gran incendio del año 1986 no fue ni la mitad de esto”. Transitar por las carreteras de la comarca, de Figueres hacia la frontera es desolador y a partir de Pont de Molins, gris. A veces, un rincón verde, a salvo. No es que el fuego no haya pasado por allí; es que el domingo las llamas cabalgaron a tal velocidad que saltaban; y entre un remolino y la siguiente bola de fuego, indultaron prados y árboles.

Otras veces no se salvó nada. La carretera que une Pont de Molins y Biure, por ejemplo, la de arriba. Tres kilómetros de curvas que parecen la Luna. Entre la presa de Boadella y Biure, encinas y olivares tienen el tronco reventado del calor: los árboles están partidos en tres o cuatro trozos, como si les hubieran pegado un hachazo. Hay piñas sobre el asfalto que salieron disparadas. Y rocas.

Cualquiera de estas imágenes de ayer en el Alt Empordà comparte el cielo plomizo y el ir y venir de hidroaviones y helicópteros, volando sin tregua del fuego al pantano de Boadella. No pararon en todo el día. Cuando no era agua, arrojaban un polvo color caldera con el que también aplacan las llamas.

Vecinos, cazadores y ganaderos, conocedores de cada palmo del terreno, se desplazaban con todoterrenos y furgonetas destartaladas para ver con sus propios ojos la devastación. Lloraban.

"Ánimos y gracias a todo el mundo", escribieron los niños del 'casal' a los agentes

Como lo hicieron al volver a los pueblos quienes pasaron la noche del lunes en pabellones de Figueres. “Dios mío, todo esto era verde, ¿lo veis?”, señalaba Dolors desde el Raval de Fonteta, a la entrada de Biure. De vez en cuando, una alegría: “¡Los burros se han salvado!”, celebraba emocionada Maria Laura, de Can Micas, que el domingo tuvo tiempo de abrirles la verja para que escaparan antes de salir corriendo ella en coche. “Se debieron de resguardar en ese prado”, dijo señalando el otro lado de la carretera.

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Otra imagen de impacto es la angustia de Darnius, donde de confinamiento, nada. Los vecinos no se movieron de los extremos del pueblo, pendientes de cada llama o cada nueva columna. Montse Olivenza estuvo al pie del cañón todo el día, con el miedo de que las llamas alcanzaran el pueblo. De hecho, a mediodía, los bomberos llegaron a remojar los árboles más próximos a las casas por si acaso. El alcalde, Eduard Edu Payrà, no paró en toda la tarde. Sucio como un bombero más, se desplazó de un foco a otro, mandando equipos de voluntarios que hacían lo que podían armados con ramas, intentando contener el fuego hasta la llegada de medios aéreos. Resultaba desesperante ver cómo el fuego que los bomberos habían apagado un rato antes resurgía de las cenizas.

Pese a la devastación, emociona ver a la gente volcada con los bomberos, agentes forestales y demás cuerpos que luchan contra el fuego. Ayer a mediodía, Teresa salió de casa, también en Darnius, cargando cajas de quesitos, galletas y un montón de botellas de agua. “Deja, Teresa, que esto va para largo, tenemos tiempo de sobra”, le respondieron ennegrecidos los bomberos desde lo alto del camión. La gente acude a ayudar en lo que puede. Un grupo de jóvenes de Maçanet de Cabrenys espera órdenes en la entrada del pueblo. Pasa a la página 2

El incendio en datos

Cuatro muertos y 56 heridos. Ocho personas permanecen ingresadas; cuatro en estado grave en el hospital Vall d'Hebron de Barcelona —tres hombres de 70, 36 y 56 años y una mujer de 45—. Una mujer de 42 años y un menor están en la UCI del Josep Trueta de Girona. Evolucionan favorablemente una mujer de 85 años y una joven de 18.

Seis municipios confinados. Protección Civil ha decretado la orden de confinamiento en Darnius, Terrades, La Vajol, Cantallops, Albanyà y Sant Llorenç de la Muga. Los vecinos no pueden abandonar el núcleo urbano.

14.000 hectáreas afectadas. El fuego ha arrasado 9.000 hectáreas en un perímetro de 65 kilómetros y ha afectado a 17 localidades.

700 desalojados en el cámping Bassegoda, en la localidad de Albanyà. Además, 800 menores han sido evacuados de campamentos y casas de colonias.

3.900 abonados sin electricidad. El suministro ya se ha restablecido para la práctica totalidad de los usuarios y solo quedan 62 clientes sin luz.

A mediodía, con el calor apretando y la ceniza dificultando la respiración, discuten si tirarse al monte por su cuenta o marcharse con los bomberos. “Yo solo ahí no me meto”, valoró uno de ellos.

El incendio es tan grande que a la comarca han llegado servicios de emergencias de toda Cataluña y del resto de España. Los mossos que vigilan el acceso del centro de Control de Figueres son de la Brigada Móvil, los antidisturbios, y proceden de Barcelona. Los que descansan en la sombra del parque de bomberos no saben cómo se llega a Llers si no siguen a los bomberos locales, porque son de Lleida. Los que prueban mangueras para remojar las casas bajas de Darnius son agentes forestales de Vic. Ellos se encargan de perimetrar la zona y controlar los accesos, mientras que las Agrupaciones de Defensa Forestal apoyan al resto de cuerpos tras trabajar durante todo el año en el mantenimiento de los bosques, los caminos y los puntos de agua. Hay también militares: bomberos y agentes de la UME, la Unidad Militar de Emergencia, llegados de Valencia, Zaragoza y, desde anoche, de León.

Fuego aparte, el segundo enemigo de la comarca estos días es la cobertura telefónica, que dificulta en gran manera las comunicaciones. Si habitualmente estos pueblos no van sobrados, desde el domingo cuesta especialmente comunicarse por teléfono. La red fija está caída en muchos puntos. Y la móvil, por saturación o también por falta de luz.

A solo 10 kilómetros, el centro de control, instalado en el cuartel de los bomberos. Un hervidero de mandos de todos los cuerpos, unidades móviles de radios y televisiones y decenas de redactores mandando crónicas, primero desde la zona de descanso y ya por la tarde en un altillo con vistas al frenesí y a las cajas de bocadillos y agua. Para los efectivos que salen hacia el incendio, un detalle de los chavales del casal de la escuela Dalí, que ayer destinaron la mañana a pintar y colgar coloridos carteles en los que dan “ánimos y gracias a todo el mundo”.

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Sobre la firma

Clara Blanchar
Centrada en la información sobre Barcelona, la política municipal, la ciudad y sus conflictos son su materia prima. Especializada en temas de urbanismo, movilidad, movimientos sociales y vivienda, ha trabajado en las secciones de economía, política y deportes. Es licenciada por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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