El espejo de Galicia
Desvalorizado por falta de proyecto, el autogobierno se agota asfixiado por el corsé de la austeridad
En 1919 las Irmandades da Fala acordaron celebrar, cada 25 de julio, el Día de Galicia para que pudiésemos afirmarnos y reconocernos como nación. Durante la resistencia democrática al franquismo, la celebración fue recuperada por el nacionalismo como Día da Patria Galega y, en la preautonomía, se bautizó, con poco éxito, como Día Nacional de Galicia. En el revuelo conmemorativo de Compostela, compitiendo con la ofrenda al Apóstol como Patrón de España, tuvo más dificultades que fortuna para ser aceptada como fiesta nacional de todos los gallegos, no obstante, logró acomodarse, entre la reivindicación épica y la celebración festiva, como el día grande del nacionalismo gallego, una jornada señalada para tomar el pulso a la sociedad gallega como espacio de ciudadanía y autogobierno.
Este 25 de julio se convoca en el momento más agudo de la crisis que arrastramos desde 2008, a las puertas de la intervención económica del Estado español y con el autogobierno de Galicia en estado catatónico. En el cuadro general del país gobierna la negrura y el humor ciudadano apunta al tenebrismo. Todo parece confirmar el diagnóstico de Antón Baamonde que, en su último libro, reflexiona sobre la derrota de Galicia. Derrota, cuando menos, de la autonomía gallega que con el PPdeG señala sus horas más bajas como repertorio de políticas útiles para enfrentar los problemas que más preocupan a los ciudadanos: estimular el crecimiento, impulsar la creación de empleo, proteger el bienestar y garantizar una solidaridad activa con los gallegos más vulnerables ante la crisis.
Las dificultades financieras y el endeudamiento de las comunidades autónomas, muchas de ellas abocadas ya a la intervención, debilitan el Estado de las autonomías ante la opinión ciudadana y dan alas a las tentaciones neocentralistas y populistas que el PP aventó para combatir el Estatuto de Cataluña y frenar las aspiraciones soberanistas. Los últimos sondeos ofrecen un panorama desalentador: el 30% de los encuestados es partidario de un Estado centralizado (13 puntos más que en 1989); el actual régimen autonómico es la opción del 30% de los consultados (nueve puntos menos); sólo un 11% de los ciudadanos es defensor de una solución federal y un 13% aceptarían la independencia de las naciones del Estado.
La opinión pública gallega evidencia igualmente un descenso en su aprecio por el autogobierno. En 2010, el 56% de los consultados valoraban positivamente la Autonomía; el último sondeo señala que el 38% de los encuestados optan por un Estado centralizado (ocho puntos más que la media estatal), un 37% dan por válido el actual marco estatutario y a un 5% le gustaría que contase con más competencias. Un Estado federal recibe el apoyo del 11% y la independencia de Galicia es válida para tan solo el 5%. Este 25 de julio, la exaltación de la soberanía nacional de Galicia será de poco alivio ante la terca realidad: nuestro autogobierno cotiza a la baja.
La parálisis del autogobierno produce, desde 2009, desafección ciudadana y nos acercamos velozmente a los niveles de descrédito de nuestra autonomía en sus primeros años de existencia. Un nuevo e infeliz éxito que debemos, en gran medida, al presidente Feijóo. Desvalorizado por la falta de iniciativa y de proyecto de país, nuestro autogobierno se agota asfixiado por el corsé de la austeridad y la utilidad marginal de las políticas socioeconómicas del PPdeG. Si fuésemos una nación independiente, Galicia habría sido catalogada hace mucho tiempo como un Estado fallido como consecuencia directa del formateo conservador de nuestra autonomía como una simple administración de impotencias.
Las Irmandades da Fala idearon el 25 de julio como un espejo en el que Galicia podría reflejarse como una nación autogobernada. Este año, el nacionalismo convoca la reivindicación de Galicia más dividido que nunca. Desencuentro y dispersión de fuerzas que contrastan con la respuesta unitaria que dieron las fuerzas sindicales al cuarto paquete de contarreformas decidido por Mariano Rajoy. Ser expresión del descontento ciudadano es el primer gran paso del cambio político en Galicia; no obstante, para ser una alternativa creíble frente al dominio conservador, al conjunto de los nacionalistas y los progresistas no les queda otra estrategia de éxito que impulsar una convergencia de objetivos políticos y su coordinación electoral. No hay otra vía practicable que sume una mayoría social por el cambio que nos permita recuperar el autogobierno para las políticas de defensa del bien común. De fracasar, en 2013, el espejo nos devolverá la imagen amarga de una nueva derrota de Galicia.
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