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ROCK | Jethro Tull
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El bardo que se quedó afónico

El problema no radica en que nuestro juglar escocés haya perdido elasticidad muscular y cuero cabelludo desde 1972. El verdadero inconveniente es que está perdiendo la voz

Jethro Tull, con Ian Anderson en el centro, ayer en el Circo Price.
Jethro Tull, con Ian Anderson en el centro, ayer en el Circo Price.CLAUDIO ÁLVAREZ

En el mundo real existen bancos malos, burbujas inmobiliarias, mentirosos compulsivos, estrangulamientos que se ovacionan o prebostes que contratan publicidad para pedir perdón. Solo en el mundo de las ideas nos quedan asideros como Thick as a brick, uno de los más sonoros golpetazos a las conciencias pacatas que el rock supo propinar durante la década de los setenta.

En un mundo ideal existen los mitos. En la realidad, por desgracia, las leyendas se desvanecen. Y eso nos pasó anoche con Ian Anderson y sus Jethro Tull, que hoy más parecen una banda de homenaje.

El problema no radica en que nuestro juglar escocés haya perdido elasticidad muscular y cuero cabelludo desde 1972. El verdadero inconveniente es que está perdiendo la voz. El hombre que anoche se desgañitaba angustiosamente ante un repleto Circo Price conserva media octava menos de tesitura que 40 años atrás. Y para intentar disimularlo delega en un joven estiloso y teatrero, Ryan O'Donnell, que parece un cantante de musical… y lo es.

Aquellos Jethro Tull primigenios encarnaban un modelo irrepetible: hoy no se estilan las epopeyas, los vinilos con una sola canción por cara ni las portadas en forma de periódico. El propio Anderson ha moderado su perfil de histrión con ojos desorbitados: aquel maravilloso hooligan sarcástico y anticlerical hoy es un simpático bucanero que irrumpe en escena disfrazado con gabardina y visera. Pero sus dificultades para dar cuenta del Thick as a brick original son desoladoras. A veces cambia las melodías originales hasta lo irreconocible. Y otras, en su empeño por alcanzar las notas agudas, ralentiza las frases y termina despistando a sus músicos.

El reciente Thick as a brick 2, que también sonó en su integridad, tiene bastante menos sustancia que su hermano mayor, pero se disfruta sin la sensación de estar asistiendo a un desaguisado, a un sacrilegio. El repertorio, más allá de algún guiño al original, presenta menos elementos pastorales y, paradójicamente, suena más antiguo. Pero algunos pasajes (Give till it hurts, A change of horses) recuerdan el genio inmenso de Anderson, ese bardo sensacional que, por desgracia, se nos está quedando afónico.

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