“No volvería a vivir allí nunca: en un cementerio por lo menos ves flores”
Anastasio Alonso, un leonés afincado en Valencia, pierde su casa en un día durante el incendio de Cortes de Pallás
“¿Cómo pudo arder tan rápido?”, se pregunta constantemente Anastasio Alonso. Este leonés de 58 años afincado desde 2001 en Valencia vio cómo su casa se convertía en ceniza un día después de que se iniciara el incendio de Cortes de Pallás, que ha acabado con más de 50.000 hectáreas. “Por lo menos se salvaron mis dos gatos”, suspira, “y el coche que tenía en la cochera”.
Anastasio es un apasionado de la naturaleza. De hecho, la casa que tenía en Turís, Valencia, la había ido completando poco a poco para irse de forma definitiva este lunes. “El día anterior al incendio recibí precisamente la célula de habitabilidad”, expresa. Antes, simultaneaba la estancia allí con la vida en Valencia, donde reside su pareja. Fotógrafo de aves, Anastasio solía pasar horas avistando águilas reales, colonias de cernícalos o halcones peregrinos en las tierras que ahora lucen desérticas y cerúleas. “Mis pérdidas serán mayores que todas las de la urbanización”, lamenta, “porque tenía todas mis cosas personales: fotografías, equipo, ordenador, libros…”. Del fuego sólo pudo recuperar algo de ropa y las herramientas con las que había levantado esta pequeña estancia de madera y pizarra.
Este vecino de la urbanización Altury se muestra sorprendido por la falta de reflejos de la Administración para evitar el desastre: “En una zona de monte tendrían que salir a su encuentro con más rapidez y medios”, explica recordando su etapa como voluntario de brigadas de vigilancia, “porque, una vez está extendido, resulta casi imposible por lo escarpado del lugar y las condiciones climáticas”. Anastasio cuenta que el jueves, en cuanto se enteró de que Cortes de Pallás estaba en llamas, se acercó a ver el terreno. Dice que lo vio lejano y pensó que, posiblemente, lo atajarían antes de que llegase a su terreno. A la mañana siguiente, hacia las doce del mediodía, “con tranquilidad”, pensaba pasarse de nuevo con la esperanza de que lo hubieran sofocado. Sin embargo, en el momento de salir le llamó un vecino y le comunicó la tragedia. “Fui pitando en moto y no me dejaban pasar”, afirma.
Al verlo se quedó desolado. No tiene seguro y está pendiente de la Administración para recibir algo por la pérdida. Aunque no confía “en absoluto”. ¿Cómo va a encarar ahora la desdicha? "Me va a costar acostumbrarme a la vida en la ciudad”, reitera, “aunque no volvería a vivir allí porque ya no queda nada. En un cementerio por lo menos ves flores”, sentencia.
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