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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El clamor de las cenizas

"Tan importantes como los medios son las actitudes; y un poco de compasión humanizaría ciertas actitudes"

Ha sido la imagen recurrente: en medio de una nube de humo acre y espeso, las cenizas se posaban sobre las calles y las casas de Valencia y su área metropolitana. No es la primera vez que sucede, ni mucho menos. ¿Lograremos que sea la última?

Deberíamos escuchar el clamor de las cenizas. Pese a la mansedumbre con la que se depositan, pese al silencio con el que se aproximan, la violencia extrema de su génesis las hace portadoras de los bramidos desgarradores de los animales abrasados, de los chasquidos siniestros de los troncos calcinados y de los lamentos inconsolables de los valencianos de las comarcas afectadas. Y, desde luego, del terrible dolor de las pérdidas humanas.

Las cenizas, además, alzan por sí solas otros clamores. Claman, primero, ante las justificaciones circunstanciales. No hay justificación en los elementos. Sabemos que se juntaron las altas temperaturas con las bajas humedades relativas y con las rachas de viento. La combinación es tan esperable, como que es el resultado de la interdependencia de esos factores; dicho más sencillamente, que suelen ir juntos en nuestras montañas y en esta época. Y, debe quedar muy claro, no se dieron en órdenes de magnitud fuera de lo común. Habrá más días a lo largo de este verano en que se den como se han dado; como, unos años más, otros menos, sucede todos los veranos.

Los gestores no pueden ponerse tan a la defensiva como para coquetear con la ofensa

Las cenizas claman también ante las negligencias. Hacía falta una causa inmediata que encendiera el mecanismo. Al final, siempre son actuaciones ligadas a personas concretas. La vergüenza social es que todos los días hay decenas de acciones imprudentes en nuestros montes y campos (como allí por donde vamos, cabría añadir). Pero la causalidad no es solo inmediata. Las negligencias también constituyen causas remotas. Y negar la evidencia de que la prevención y la vigilancia resultan insuficientes es, ante el clamor de las cenizas, una obscenidad, como lo es el recurso insensato a la inevitabilidad. Casi siempre se localiza a los negligentes por acción. ¿Qué hacemos, mientras, con los negligentes por omisión?

Las cenizas nos gritan también sobre cómo se combate el fuego desatado. Es, sin duda, la cuestión técnicamente más difícil. Y por eso hay que ser prudentes y no sacar las navajas indiscriminadamente. Los gestores, en todo caso, no pueden ponerse tan a la defensiva como para coquetear con la ofensa –extrema se tangunt–, como se ha visto en algunas declaraciones. Tan importantes como los medios son las actitudes; y un poco de compasión, no en el sentido vulgar de lástima, sino en el original, el de ponerse en el lugar del que sufre, humanizaría ciertas actitudes.

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La vergüenza social es que todos los días hay acciones imprudentes en nuestros montes 

Las cenizas, finalmente, exigen en alta voz una profunda autocrítica a la sociedad valenciana. Algunos preferirán seguir sesteando en la resaca de un triunfalismo perdido. Las mismas cenizas los acabarán asfixiando. Pero este pueblo no puede permitirse más ensoñaciones. Y debe urgir, de una vez por todas, un pacto social, más allá de los juegos partidistas, en el que todas las partes, y muy especialmente los valencianos del interior, siempre en los márgenes de la atención pública cuando las cenizas no aúllan, puedan aportar lo mejor para solucionar un problema crucial: la pérdida acelerada de valor ambiental, económico y social de nuestros ecosistemas de montaña.

Las cenizas claman ante el mundo que hemos perpetrado un desastre extraordinario con medios muy ordinarios (y aquí, sí, ruego al lector que interprete el adjetivo en todos sus sentidos). Hagamos por fin algo verdaderamente importante. Y aunque el fuego haya pasado, las cenizas siempre quedan, y barrerlas bajo la alfombra es la peor opción posible.

Jesús I. Catalá Gorgues es profesor de Aspectos Humanísticos de la Ecología y de Historia de la Ciencia en la Universidad CEU Cardenal Herrera (Valencia).

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